Zuhd (Ascetismo)
Zuhd, que literalmente significa renunciar a los placeres mundanos y resistir a los deseos carnales, es definido por los sufíes como indiferencia ante los apetitos mundanos, llevar una vida austera, elegir apartarse del pecado por temor a Dios y despreciar los aspectos materiales y corporales del mundo. El ascetismo también se describe como una renuncia a la facilidad y comodidad temporal del mundo a fin de obtener la felicidad eterna en la Otra Vida. El primer paso en el ascetismo es la intención de evitar lo que ha sido prohibido y dedicarse exclusivamente a lo permitido. El paso segundo y definitivo es ser prudente y extremadamente cauteloso, incluso con lo permitido.
El asceta es inconmovible a la hora de cumplir con sus responsabilidades, no le vencen los contratiempos y elude las trampas del pecado y el mal que encuentra en el camino. Excepto con la incredulidad y la mala orientación, el asceta está satisfecho con la forma en que le trata el Creador, intenta conseguir la complacencia de Dios y la morada eterna mediante las bendiciones y favores que Él otorga, y dirige a los demás hacia la Verdad Absoluta. Y en el oído de su corazón resuena el anuncio Divino: «Di: “El disfrute de este mundo es efímero, mientras que el Más Allá es mejor para aquél que se aparta de la desobediencia a Dios con veneración a Él y piedad”» (4: 77). El mandato: «Tan solo busca, por medio de lo que Dios te ha concedido, la morada del Más Allá, sin olvidarte de tu parte (que Dios ha designado) en este mundo» (28: 77), se difunde por todas las células de su cerebro. La advertencia Divina: «La vida presente y mundana no es sino diversión y juego, pero la morada del Más Allá está verdaderamente viva. Si al menos supieran.» (29: 64), penetra en sus sentidos más profundos.
Algunos han definido el ascetismo como la observación de las reglas de la Shari’a incluso en los momentos de depresión —y más concretamente, durante las dificultades económicas—, y el vivir por los demás o preocuparse por su felicidad y bienestar cuando se está disfrutando de las comodidades y la prosperidad. Hay otros que lo han definido como el agradecimiento a los favores de Dios y el cumplir con las respectivas obligaciones, además de contenerse a la hora de tener dinero y bienes excepto con la intención de servir, ensalzar y promover el Islam.
Algunos dirigentes sufíes, como Sufyan az-Zawri[1], pensaban que el ascetismo era la acción del corazón que buscaba la aceptación de Dios y Su complacencia, además de permanecer cerrado a las ambiciones mundanas y contentarse con alimentos y ropas sencillas.[2] Según estos sufíes, hay tres cosas que caracterizan al verdadero asceta: no alegrarse por la obtención de cosas mundanas ni apenarse por la pérdida de las mismas, no sentir placer cuando se es alabado ni desagrado cuando se es criticado o culpado, y preferir servir a Dios antes que a ninguna otra cosa.
Lo mismo que el temor y la esperanza, el ascetismo es un acto del corazón; no obstante, el ascetismo se diferencia de aquellos en que afecta a las acciones de la persona y se manifiesta en ellas. Ya sea de forma consciente o inconsciente, el verdadero asceta trata de seguir las reglas del ascetismo en todas sus acciones, como el comer y beber, ir a la cama y levantarse, hablar o permanecer en silencio y permanecer aislado o mezclarse con la gente. El asceta no muestra interés por los atractivos de este mundo. Rumi lo expresa con las siguientes certeras palabras:
¿Qué es el mundo? Es olvidarse de Dios;
no a las prendas de vestir, a las monedas de plata, a los hijos, a las mujeres.
Si posees cosas de este mundo en el nombre de Dios,
Has de saber que el Mensajero dijo:
¡Qué excelentes son las posesiones del hombre recto![3]
El agua que entra en el barco hace que se hunda;
el agua que está debajo hace que flote.
La posesión de bienes o riquezas no es contraria al ascetismo, siempre y cuando el propietario pueda controlarlas y no esté bajo su dominio. A pesar de todo, la gloria de la humanidad, la paz y las bendiciones sean con él, el asceta más auténtico en todos los aspectos, eligió vivir como el más pobre entre la gente[4] puesto que tenía que dar el ejemplo más excelente a su comunidad y, más en concreto, a aquellos que estaban encargados de propagar la verdad. De esta manera impedía que los demás pensasen que la sagrada Misión Profética podía utilizarse para obtener bienes materiales. También estaba obligado a seguir a sus predecesores, que habían afirmado: «Mi recompensa incumbe únicamente a Dios» (10: 72; 11: 29), además de a servir de ejemplo para los eruditos del futuro que iban a transmitir su mensaje. Por esta razón y otras similares, su vida fue austera. Véase la belleza de los siguientes versos de Al-Busayri[5] que manifiestan cómo el Profeta mantuvo su inocencia e indiferencia incluso en los momentos de mayor necesidad y pobreza:
Para no sentir hambre, se ciñó una faja en torno al vientre
con piedras que apretaban su estómago bendito.[6]
Se le ofrecieron enormes montañas que querían ser de oro
pero ese hombre noble permanecía indiferente.[7]
Sus necesidades más imperiosas mostraban claramente su ascetismo,
puesto que eran necesidades que no podían mermar su inocencia.
¿Cómo podrían las necesidades invitar al mundo
a aquél sin el cual este mundo ni siquiera
habría surgido de la inexistencia?
Hay muchos dichos de extraordinaria belleza que hablan del ascetismo. El siguiente, con el cual concluimos este tema, pertenece a ‘Ali, el cuarto Califa y primo del Profeta, la paz y las bendiciones sean con él:
El alma llora por el deseo del mundo
a pesar de saber que la salvación consiste en renunciar a éste.
El hombre no tendrá más morada tras su muerte
que la que construya antes de morir.
Nuestras posesiones: las acaparamos para legarlas a los herederos;
nuestras casas: las construimos para que el tiempo las arruine.
Hay muchas ciudades erigidas y luego arruinadas;
a sus constructores, la muerte les ha sobrevenido.
Todas las almas, incluso las que temen la muerte,
albergan ambiciones para fortalecer sus deseos de vivir.
El hombre muestra sus ambiciones, pero el tiempo las destruye;
el alma del hombre las multiplica, pero la muerte acaba con ellas.
¡Dios nuestro! Muéstranos la verdad como algo verdadero y permite que la sigamos. Muéstranos la falsedad como algo falso y permite que nos apartemos de ella. Amin. ¡Oh el Más Compasivo de los compasivos!
[1] Az-Zawri, Sufyan ibn Sa‘id (m. 161 H. / 778 d.C.) fue uno de los más destacados ascetas y eruditos de los hadices en el siglo II del Islam.
[2] Abu Nu’aym, Hilyatu’l-Awliya’, 6: 386.
[3] Al-Bujari, «Adabu’l-Mufrad», 112; Ibn Hanbal, Al-Musnad, 4: 197.
[4] Al-Bujari, «Riqaq», 17; Muslim, «Zuhd», 18.
[5] Muhammad ibn Sa‘id al-Busiri (Busayri) (1212–1296): nació y vivió la mayor parte de su vida en Egipto. Estudió las ciencias islámicas, la lengua árabe y la literatura. Es principalmente conocido por su Qasidatu’l-Burda («La Elegía del Manto»), que escribió para alabar al profeta Muhammad, la paz y las bendiciones sean con él.
[6] At-Tirmizi, «Zuhd», 39; At-Tabari, Tahzibu’l-Asar, 1/274.
[7] At-Tirmizi, «Zuhd», 35.
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