Reencuentro con Nosotros Mismos
El siglo XX ha sido un siglo de incesantes problemas y el presente lo sigue siendo. Uno de estos problemas es tan profundo que nos hace olvidar a todos los demás. Es crónico y se resiste a la intervención y al tratamiento, y es tan urgente que no debe ser descuidado. Este grave problema consiste en el abandono de nuestros valores por parte de nuestra propia gente, especialmente de los jóvenes. Si no puede ser resuelto por hábiles manos y sin más pérdida de tiempo, nos encontraremos inmersos en grandes males y desgracias no deseadas, y sufriremos un completo fracaso a pesar de las circunstancias, mientras que aparecerán nuevos eventos en los momentos más inesperados que oscurecerán nuestro destino.
Los cánceres de la negligencia, la ignorancia, la indiferencia, la insuficiencia y la fantasía del distanciamiento y la alienación de la comunidad se presentaron ayer en forma de nódulos que, en un plazo de tiempo muy corto, han alcanzado la metástasis, difundiéndose rápidamente por todo nuestro cuerpo y haciéndonos caer de rodillas. Esto ha ocurrido así hasta tal punto que se ha producido una clara «pérdida » en todos y cada uno de los ámbitos de la sociedad, desapareciendo el color de nuestra gente. ¡Ay! ¿Cuántas veces hemos sido sacudidos por semejantes dolencias? ¿Cuántas veces hemos sufrido la desgracia de caer y ser derrotados? ¿Cuántas veces nos hemos deteriorado, contemplando el oscuro destino al que estamos abocados? ¿Cuántas veces hemos tratado de expresar nuestra ira ante tales eventos? ¿Cuántas veces hemos sentido la impotencia de ser incapaces de encontrar palabras contra dichos eventos, ya sean palabras ofensivas o impropias o una respuesta adecuada? ¿Cuántas veces hemos reprimido y apagado nuestra exasperación y nuestras palpitaciones buscando refugio en Dios? Algunos de nosotros nos hemos debatido en las corrientes de semejantes sentimientos asesinos, mientras que otros sólo han conseguido culpar a los que cayeron en la inmundicia.
Sin embargo, en lugar de culpar y calumniar a esas personas, así como a las demás, por el camino que han seguido, deberíamos haberles abrazado con la promesa de una nueva vida. Suscitando su entusiasmo y emoción con respeto, mientras buscábamos causas y excusas razonables para sus obsesiones y delirios, deberíamos haber tratado de eliminar la atmósfera de ira, violencia y terror. Dándoles algunos derechos, deberíamos haber preparado el terreno para discutir entre nosotros los asuntos mutuos y comunes. Es un hecho cierto que nuestra sociedad alberga pensamientos, conceptos y filosofías diversas. Así, mientras avanzábamos en nuestro periplo nacional, nos encontramos con la vía francesa y la seguimos. Luego, nos enredamos en los puntos de vista e interpretaciones alemanas. Tiempo después, nos entregamos a la forma inglesa de pensar y, recientemente, nos hemos embriagado con el librepensamiento americano. De esta forma, siempre hemos estado colocando obstáculos en nuestro camino. Es cierto que todos estos conceptos, interpretaciones y filosofías han afectado negativamente a nuestra cultura nacional. Sin embargo, también es cierto que tal variedad y colorido se pueden considerar siempre como una riqueza. Para mí, lo importante es que nuestra nación conserve sus propios valores y que gire en su propia órbita. Sin embargo, al haber sido incapaces de evaluar esas diferentes culturas, cada una de ellas considerada como una síntesis definitiva por quienes las apoyaron, hemos quedado atrapados y atascados en nimiedades que son como la tierra y las escorias que se encuentran al excavar una mina. Como mineros inexpertos en busca de una veta, o bien excavamos creyendo que el pozo sólo conduce a la roca —sin ver la riqueza— o dejamos de interesarnos por la veta porque creemos que la mina no contiene más que piedras. Hemos tenido hasta ahora acceso a muchas fuentes de luz, pero en lugar de evaluarlas y hacer un buen uso de ellas para nuestra iluminación, hemos producido con ellas llamas y fuego, permitiendo que éste nos devore en lugar de iluminarnos.
Resulta extraño que algunos de nosotros, incluso el más ignorante, se tome siempre a los demás a la ligera. Los que piensan, aunque sólo sea un poco, se creen filósofos. Quienes representan el poder consideran a la razón y a la lógica como algo superfluo, y continúan siendo los ejecutores de la fuerza bruta. Los políticos hacen del partidismo su objetivo final y a él lo sacrifican todo, creyendo que no pueden vivir sin eso. Nuestras actividades socio-culturales, políticas y económicas nunca han sido capaces de salir del círculo vicioso de la oposición y del conflicto, sumidas en una red de celos, envidia, competitividad e intolerancia. Algunos que ni siquiera poseen la madurez de los adolescentes han utilizado sus juguetitos y sus ramas de olivo para golpearse mutuamente en la cabeza. Los jóvenes, en lugar de reparar nuestro maltrecho crédito y nuestro orgullo roto, han utilizado el dinamismo de sus espíritus contra su propio pueblo, provocando fisuras y heridas en el espíritu de la nación.
¿Por qué ocurre esto?, me pregunto. ¿Por qué no nos amamos los unos a los otros mientras podemos hacerlo? ¿Por qué no establecemos acuerdos y amistades duraderas? ¿Por qué no podemos compartir la ansiedad, el dolor, las aflicciones y la alegría, el éxito y la felicidad? Me pregunto si el esfuerzo y la lucha para ganar los corazones es más difícil que el esfuerzo y la lucha en el campo de batalla. ¿Está el corazón de la humanidad cerrado al amor, a la tolerancia y a la aceptación de los demás? ¿Tiene miedo a abrazar y compartir? ¿Está inclinado al odio, la malicia, la tosquedad, la intolerancia, las restricciones y el egoísmo? ¡No puedo creer que eso sea cierto! ¡Juro por Dios, que es Quien crea los corazones, que lo más rico y profundo no puede estar tan cerrado a las virtudes y tan abierto al vicio!
Los mayores conquistadores del mundo comenzaron conquistando los corazones. Su primera parada fue en los corazones de la gente y, tomándolos como base y puerto, partieron hacia otras regiones del mundo. Si no hubiesen entrado primero en los corazones de la gente de Anatolia, nunca habrían vencido en Manzikert, la batalla que tuvo lugar entre los Selyúcidas y los Bizantinos en 1071, una batalla que abrió las puertas de Anatolia a los musulmanes. Las murallas de Constantinopla no habrían cedido a los ataques si no hubiesen sentido las promesas de los corazones de los soldados latiendo con sinceridad. La red de amor y compasión, que surgió primero como emoción e interés y que, más tarde, tomó a todos los corazones y a las personas bajo su control, dio la bienvenida y acogió a quienes corrieron hacia ella por elección y voluntad propias, haciéndoles escuchar leyendas de amor y afecto.
Entonces, si no es de nuestra propia historia, ¿de dónde provienen este odio, esta malicia, esta enemistad e intolerancia y cómo se han infiltrado en nuestro pueblo? Si bien hemos sentido una profunda admiración por Francia, Alemania, Inglaterra y, más recientemente, por los Estados Unidos y Japón, ¿por qué nos odiamos y nos ponemos en entredicho mutuamente y vivimos como lobos, devorándonos los unos a los otros? ¿Por qué nos echamos a perder y hacemos de la vida un infierno para los demás? ¿Tenemos un desorden de la personalidad? Y decimos «Sí», buscando refugio en almas extranjeras y tirando a la basura nuestros valores milenarios en pos de una quimera.
Mientras hemos estado creando el caos de la nada para nosotros mismos, incontables generaciones sin ninguna base, apoyo, curso, objetivos, ideales ni, por supuesto, conocimiento espiritual, se han criado como hijos de los caprichos, ambiciones, fantasías y ensueños fantásticos. Estas generaciones, que han perdido toda consideración metafísica, no son conscientes de su identidad nacional, y siguen viviendo engañadas en la creencia de que han encontrado la respuesta a la pregunta «¿quién soy yo?» en las anticuadas y desechables filosofías que han gorroneado de los siete continentes. Han luchado en la red del flujo y reflujo de la materia. Han vivido mudos y sin corazón, y, durante algún tiempo, han confundido la religión con relatos épicos y leyendas históricas. Han sacrificado la moral con la llegada de la permisividad, han manchado la comprensión del arte con los colores de la lujuria, han convertido la poesía y la música en desvergüenza y, finalmente, se han encontrado en medio de un campo de exterminio en el que innumerables contradicciones y conflictos luchaban sin piedad entre sí. En efecto, las consecuencias no pueden valorarse de otra manera.
Estas generaciones lo atacaron todo con ira y con furia. Denigraron y despreciaron nuestro pasado. Perdieron su confianza y su propia honradez, así como su fe. Sintieron profundamente la pérdida y la ausencia de afecto, así como de los otros sentimientos humanos. Así, durante ese período, se entregaron en manos de conciencias extranjeras. Su formación y su educación fueron confiadas a extraños. Fueron criados en las guarderías de esos países, acercándose a los extranjeros más que a nosotros. Fueron víctimas de diferentes ideologías, temblaban debido a la distancia y a la frialdad que existía entre ellos, aunque en realidad estaban lo suficientemente cerca como para sentir el calor corporal de los demás. La fe de estas personas fue atravesada por miles de dudas e incertidumbres, su confianza se vio sacudida desde sus fundamentos, sus esperanzas fueron desviadas hacia la confusión, sus corazones eran como el lecho de un río seco desde hacía ya largo tiempo, sus sentimientos humanos fueron confinados al odio, a la maldad y la enemistad, sus corazones se convirtieron en el ámbito y en el coto de caza de tantos temores, que siempre acabaron entregándose a las mareas del sinsentido y a la falta de rumbo. Así fueron internándose en abismos cuyos horizontes les sumieron en la oscuridad, sin esperanza de luz, de manera que, incluso cuando ascendían, estaban siempre en declive, y así se hicieron falsos, artificiales y efímeros, como si su esencia hubiese sido exprimida y se hubiesen quedado erguidos, como si sólo fuesen una cáscara.
De hecho, es muy difícil insuflar vida a un cadáver ambulante, ya que está alejado de nuestra vida y reacciona contra sus propios valores. Por otra parte, a pesar de todo, sobre nosotros recae la tarea de apoyarle y mejorarle. Creemos que cuando la Voluntad Divina fluya vitalmente a través de nuestra fuerza de voluntad, este cadáver se levantará como si hubiera oído la trompeta de Israfil[1] y proclamará una vez más su buena fortuna, su prosperidad y felicidad. De hecho, no va a ser fácil llenar el vacío y reparar los daños inflingidos en el cuerpo de nuestra sociedad debido a la gran negligencia de las épocas recientes. Sin embargo, los herederos del pensamiento del mundo, que tantas veces han transformado no sólo su propio infortunio, su adversidad y su desgracia, sino también la de todos aquellos que estaban oprimidos, ultrajados y maltratados, superarán sin duda alguna esta terrible desgracia y establecerán un próspero y pacífico paraíso para los demás sin dejar de atender su mundo de necesidades básicas. Llenarán de modo natural los vacíos de la sociedad con la expansión de su tolerancia y su clemencia. Esa es su responsabilidad. Pasarán por alto las faltas de los demás contemplándolas a través de la lente de sus propias faltas, que son, quizás, la causa de las faltas ajenas. Sin ejercer presión, ni maltratar o hacer que los demás sufran por culpa de sus errores, estos herederos ofrecerán una serie de alternativas para superar esas faltas, opciones de rehabilitación y mejora.
Somos conscientes de que no es posible cambiarlo todo de la noche a la mañana. No esperamos un milagro. En una sociedad cuyos valores se han trastocado y que está acostumbrada a tanta discordia, va a costar algo más que un poco de esfuerzo reemplazar el ateísmo con la fe, la arbitrariedad con la disciplina, el caos con el orden, la inmoralidad con la moralidad, la lujuria con el amor a Dios y los intereses personales y las ambiciones con el altruismo. Estamos seguros de que la erradicación del ateísmo, que hace ya tiempo se sentó en el trono de la fe, de ese demasiado libre y fácil comportamiento que ha derrocado a los valores morales, y de la depravación y esterilidad que se benefician de la falta de disciplina, no es y nunca será fácil. No resulta sencillo reemplazar todo esto y establecer en su lugar lo que Dios quiere y lo que el Profeta aconseja. Ya que todos los criterios que posibilitan que las masas sean una sociedad y que hacen que una sociedad sea una verdadera sociedad, han sido desviados por ideologías extraviadas, pensamientos nihilistas y delirios desafiantes en el mundo entero. Al mismo tiempo, ha sido erradicado de nuestros corazones el sentido de responsabilidad, y la juventud vigorosa ha bebido de la bohemia hasta saciarse. Cada día, una nueva fantasía empujaba a las masas tras ello. Y ciertos espíritus libres, algunas naturalezas independientes y embriagadas, han expresado su desafío, su rechazo y su desprecio hacia todos nuestros valores, dejándose arrastrar por unas corrientes cuya meta o destino resulta siempre incierto.
Ahora nos corresponde a nosotros, a todo aquel que ame a este país y a este pueblo, eliminar todo este desorden y despertar nuestra estancada actividad de acuerdo con el horizonte de nuestra propia filosofía. Apoyándonos en el núcleo más interno de nuestro espíritu nacional, haciendo uso al máximo de nuestra fuerza de voluntad y con una resolución agudizada por tantos años de opresión, injusticias y malos tratos, al igual que los Apóstoles de Jesús y los primeros musulmanes, debemos decir: «Sigamos adelante», y trataremos de ir a todas partes con la convicción de que «donde haya una persona, debe de haber fe, consideración hacia los demás y conocimiento». Por lo tanto, debemos lograr que nuestras vidas adquieran profundidad viviendo esa emigración. A partir de este momento, debemos tratar de tejer el bordado de nuestras vidas en el lienzo del pensamiento y de la acción de los héroes de la verdad que han complacido a Dios.
Creemos que casi todo el mundo en la Tierra apreciará y admirará las manos que hacia ellos tienden unos corazones de tal condición. Si tienen éxito, los poseedores de tan madura, sana y digna fuerza de voluntad serán los abanderados de nuestra religión, de nuestro país, de nuestra lengua e ideales. Viajarán por el mundo entero, se les encontrará como a Jidr donde quiera que vayan, y lo que presenten a la gente les será aceptado y será bebido como un elixir vital. Siempre que visiten a alguien se dirigirán hacia el infinito con una amistad como la de Moisés y Jidr, construirán muros de protección y murallas defensivas para quienes esperan a Dhul-Qarnayn[2] y señalarán los caminos que conducen a la resurrección a aquellos reclusos que han pasado sus vidas metidos en grutas durante largos años. ¿Quién sabe? Tal vez sean ellos los que muestren los primeros destellos del pensamiento de los más grandes, el más completo Renacimiento, allá donde vayan. Esto es lo que se ha estado esperado durante siglos.
[1] El arcángel que hará sonar la trompeta Sur el Día de la Resurrección.
[2] Dhul-Qarnayn: «El de los dos cuernos». Su nombre se menciona en el capítulo XVIII del Corán. Varias fuentes lo describen como mensajero o profeta, mientras que Alí (el cuarto Califa) dijo que fue un siervo justo de Dios, ni profeta ni rey.
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