Los Herederos de la Tierra
El mundo se aleja flotando a medida que gira en su órbita real... pero ¿están los legítimos «herederos de la Tierra» listos para recuperar y restaurar la herencia que les fue arrebatada de sus manos? Los derechos iniciales fueron concedidos como un regalo y, como tal, son diferentes de los derechos adquiridos por el esfuerzo y la acción. Son derechos que no se otorgan en razón del mérito debido. Aunque inicialmente hubiesen sido asignados a un grupo, conjunto o nación en particular, siempre pueden ser cancelados. Incluso podrían cambiar de manos, entre aquellos cuya cuota de mérito es mayor que la de otros, hasta que surjan aquellos que son realmente dignos. «Hemos (registrado en la Tabla Suprema Preservada y a continuación hemos) registrado en los Salmos, después de la Tora que Mis siervos rectos heredarán la Tierra» (Corán, 21:105).
Sin duda alguna, esta promesa, garantizada en este versículo mediante un juramento, se cumplirá. Ciertamente no se trata tan sólo de heredar la Tierra, ya que heredar la Tierra también implica el gobierno y la administración de los recursos del cielo y del espacio. Será un «dominio » casi universal. Y, dado que este dominio es otorgado a un regente o administrador en nombre del Señor, es sumamente importante e indispensable que los atributos necesarios para heredar los cielos y la tierra se realicen. De hecho, sólo en la medida en que dichos atributos necesarios se den y se pongan en práctica, podrá el sueño hacerse realidad.
En los tiempos históricos más difíciles, quienes tuvieron derecho a ser los herederos y no cumplieron los deberes exigidos por esta herencia celestial, fueron privados de ello por el verdadero Señor del poder; por esta razón, la única manera de librarse de dicha privación es volverse y refugiarse en la sumisión a Él.
Dios no prometió esta herencia a un clan, una tribu, una nación o una raza determinada. La herencia es para aquellos de Sus siervos que son rectos en su pensamiento y en su religión; para aquellos que tienen espíritu Muhammadi y una moral coránica; para quienes fomentan y mantienen la idea de unidad, de acuerdo, convivencia y solidaridad; para aquellos que son conscientes de la época en la que viven, que están bien pertrechados de ciencia y conocimiento; que siempre mantienen y respetan el equilibrio entre esta vida y la próxima; en definitiva, para los héroes del espíritu, de la realidad espiritual y de la visión, que aspiran a girar en la misma órbita que los Compañeros del Mensajero de Dios, como estrellas que adornan el cielo de la profecía. Esta herencia es conforme a la sunnatullah, al proceder de Dios, acorde a Su trato.
Según el versículo, «Nunca encontrarás cambio alguno en la manera de Dios; nunca encontrarás alteración alguna en la manera de Dios» (Corán, 35:43), se trata de una ley de la naturaleza, una ley de la creación tal y como ha sido ordenada por el Creador, y es inmutable.
Por tanto, llegar a ser los herederos de la Tierra está condicionado, en primer lugar, al esfuerzo de vivir la religión en sintonía con el Corán y la Sunna. En segundo lugar, depende del esfuerzo en hacer que la religión sea el alma de la vida. En tercer lugar, está condicionado al hecho de ser herederos de la ciencia y del conocimiento de la época. El punto que no se ha de olvidar es que el castigo cae inevitablemente sobre aquellos que no se rigen por las leyes naturales que operan en el universo (las manifestaciones de la Voluntad y del Poder de Dios en el cosmos) y por las leyes Divinas (tal como se manifiestan en las escrituras divinas que se derivan del atributo divino de kalam —hablarle a la humanidad) que figuran en los textos revelados. Este castigo también se precipitará sobre aquellos que han sufrido un cambio negativo en su vida espiritual, a pesar de que, por el momento, puedan estar disfrutando de un cierto dominio en los restantes ámbitos de sus vidas. La Historia, el cementerio de las naciones que han decaído y se han extinguido, da fe de ello. Dios nunca retira los favores que ha concedido a una sociedad o nación ni los hace cambiar, a menos que ellos mismos introduzcan cambios en sus vidas, en su mundo interior, a menos que deformen sus almas y su esencia. El versículo antes citado y el siguiente —«En verdad, Dios no cambia la condición de un pueblo hasta que éste no cambie lo que hay en sí mismo» (Corán, 13:11)— referentes al hecho de gobernar y ser gobernados, al honor y a la humillación, nos recuerdan un principio general importante y pone de relieve el defecto específico de los musulmanes actuales.
Podemos resumir este defecto como una deformación que afecta tanto a sus estructuras internas (a sus corazones y almas) como a sus estructuras exteriores (quedando con ello relegados del conocimiento contemporáneo). Poco importa si esto se debe a obstáculos e impedimentos situados en el mundo exterior a lo largo de más de doscientos años, o a su propia ignorancia, debilidad, incapacidad y deficiencia. Una cosa sí es cierta, y es que la comunidad islámica se desangra a causa de su indiferencia, y a su falta de interés en aquellas fuentes de poder que la mantuvieron firme a lo largo de los siglos y que hicieron de ella la legítima «heredera de la Tierra».
¿Se puede decir de aquellos que pretenden representar el Islam en nombre de la comunidad musulmana en esta desafortunada época, que poseen la misma profundidad de vida espiritual y de corazón que la que tenían los primeros musulmanes? ¿Podemos decir que los musulmanes dejan de lado y olvidan sus propios deseos de vivir y que, en vez de ello, tienen el deseo y la resolución espiritual de que otros vivan? Una vez más, ¿cuántas personas son hoy conscientes de que lo que están haciendo va a llevarles a una situación o a un estado bueno, más elevado, más valioso y beneficioso, o de que aquello que hacen va a conducirles a la destrucción? ¿Cuántas personas sinceras podemos hoy señalar que prefieran morir con honor a continuar viviendo en la indignidad? ¿Cuántas almas brillantes podemos hoy mostrar que no hayan cedido a las presiones de los obstáculos y a los enemigos a los que se enfrentan y que hayan continuado viviendo sin cambiar el curso y la dirección de sus vidas?
Durante esos tiempos lamentables, la debilidad de la administración y de los administradores fue literalmente desgarradora. Aunque el Corán prohíbe a los musulmanes vivir bajo el imperio de los tiranos, desgraciadamente no hemos sido capaces de evitarlo. Por desgracia, no podemos negar que hemos padecido una gran miseria y humillación bajo unos opresores que nos han explotado durante años mediante su poder.
La verdad del asunto es que hemos cometido uno de los errores más imperdonables de la historia: para hacer nuestro mundo materialmente próspero, hemos sacrificado nuestra religión a este mundo y hemos adoptado un sistema de pensamiento que prefiere este mundo a la religión. Posteriormente, nos hemos estado debatiendo en «una red de imposibilidades y absurdos». En consecuencia, no sólo hemos perdido la religión, sino que también hemos fracasado en conseguir este mundo. Esta gloriosa aunque desgraciada nación sufrió un período de despojamiento: una historia bendita y un patrimonio de mil años de duración fueron rechazados. Se impusieron a la gente unos orígenes recién inventados y artificiales. Se rediseñó un gran estado sobre los cimientos de unos principios grandilocuentes sin valor perdurable. La historia, las asociaciones comunitarias y culturales, el linaje, la cultura y el patrimonio nacional fueron despreciados, denigrados y rechazados. Buscamos refugio en aquellos que durante mil años se habían opuesto a nuestro sistema de pensamiento y en ideas foráneas. Éstas fueron introducidas en nuestro país junto a las más profanas y espantosas ideas y expresiones. Los que difundieron y elogiaron tales ideas, en prosa y en verso, recibieron una lluvia de premios y recompensas. En un mundo lleno de agraviados, maltratados, condenados y oprimidos, llegaron casi tan lejos como el comunismo en su intento de prosperar en el ámbito de los sentimientos, del pensamiento y la moral.
Todavía puedo recordar, cuando aún estaban en su apogeo ciertas ideologías como el socialismo y el comunismo, que había un grupo de casi una docena de incompetentes, incapacitados por la incredulidad, que dudaban incluso de sí mismos y que siempre se escondían detrás de figuras públicas, dogmas e ideologías, para atacar a la religión y destruir las cosas sagradas de una forma cruda y vulgar. En la actualidad sufrimos una terrible y vergonzosa campaña del mismo tipo por parte de las mismas personas, del mismo grupo. Aún basados y respaldados por las mismas ilegítimas ideologías, arrojan su odio, su maldad y su rencor y declaran la guerra intentando silenciar a la gente devota y religiosa y a la misma vida religiosa. El laureado poeta turco M. Akif Ersoy (1873-1936), autor del himno nacional de Turquía, se ha ocupado de estas cuestiones en su obra Safahat (Etapas), con amargura de corazón y angustia mental, donde ha descrito admirablemente el oscuro período en el que los musulmanes y el Islam fueron puestos bajo sospecha, perseguidos, acosados y procesados, cuando el amor, el entusiasmo y el apego a la religión cayeron en desgracia y fueron perseguidos y exterminados.
Sin embargo, debo señalar que esta noble nación, que se ha visto obligada a sufrir opresiones blasfemas y arbitrarias durante años, nunca ha sido completamente sometida, y que la aspiración a la vida eterna, en sus pensamientos, nunca se ha extinguido. Estos pensamientos son, al mismo tiempo, una brasa al rojo vivo, una chispa que crepita con vida cuando es agitada y una fuente de luz capaz de iluminar el mundo. Ha sido hasta ahora tan compactada por la fuerza centrípeta de la precaución, la prudencia, la previsión y la compostura, que se ha reducido de tamaño, convirtiéndose en una semilla, siendo, por lo tanto, capaz de sobrevivir a los más calamitosos días del siglo, extendiéndose hacia el horizonte para alcanzar sus objetivos y esperando preparada para iluminar completamente al mundo cuando llegue su momento.
Debemos asumir ese largo período de desolación de la misma manera que asumimos todas las privaciones sufridas y todo el esfuerzo realizado. Aceptando que el Islam es una fuente de energía suficiente para nuestro renacimiento material y espiritual, estando de acuerdo con su esencia, y sumándonos a los siervos justos, cuyas emociones, pensamientos, percepciones, conciencia y voluntad son sólidos y fuertes, a esos siervos justos que abordan con firmeza y rectitud la idea de vivir y de transmitir la Palabra de Dios[1], que son sistemáticos en la adquisición de conocimiento, dignos de confianza en su trabajo y en sus actitudes, que son de carácter recto, que no ceden a los deseos sensuales y quehan logrado armonizar sus corazones y sus mentes. Sólo así podremos demostrar una vez más que somos los herederos de la Tierra.
Si Dios nos concede Su orientación y éxito, nos gustaría continuar nuestro viaje a lo largo de esta línea perdida.
[1] i’la al-Kalimatullah: Conocer la alteza y el valor de la palabra de Dios y de las verd - des islámicas, difundiendo Su nombre y Su palabra, y enseñándosela a los demás.
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