El Mundo en el Vientre
En los últimos años, el mundo islámico en su conjunto ha vivido sus períodos más deprimentes, tanto si se consideran desde el punto de vista de la fe y la moral, como desde la perspectiva del pensamiento, la educación, la industria, las costumbres, las tradiciones o las prácticas.
Sin embargo, hubo un tiempo en que los musulmanes eran mucho más valorados por su piedad. Eran más devotos, más correctos y decentes en su moralidad, más estables y sanos en sus costumbres y prácticas, más dignos de dominar los asuntos del mundo por su condición social y su visión política, y por un modo de pensar más progresista y civilizado. Practicaban su religión sin falta o incumplimiento, perfeccionaban su moral, entendían el papel y el valor de la ciencia y del conocimiento, intentaban siempre en la vanguardia del aprendizaje y a la altura de la época en que vivían, y apreciaban y sopesaban debidamente la relación e interacción existentes entre la inspiración, la razón y la experiencia.
Por eso fueron capaces de gobernar vastos territorios, desde los Pirineos hasta el Océano Índico, desde Kazán hasta Somalia, desde Poitiers hasta la Gran Muralla de China, con la mejor administración y el mejor sistema de gobierno conocido hasta entonces y con ideales que despertaron la admiración de todos. Mientras otros pueblos vivían las épocas más oscuras de su historia, los musulmanes, en los territorios bajo su jurisdicción, disfrutaban y transmitían a otros pueblos sistemas de gobierno que fueron idealizados como una utopía o paraíso terrenal.
¡Qué lástima que esa parte del mundo se desviase y se distanciase de la dinámica histórica y de los valores islámicos que la mantuvieron elevada a lo largo de los siglos y que se convirtiese en esclava de la ignorancia, la inmoralidad, la superstición y el placer carnal! Así fue cómo la civilización islámica comenzó su caída en el abismo de la oscuridad y de las grandes decepciones; cuando empezó a ser arrastrada de una crisis a otra; cuando se dispersó por todas partes, como las cuentas de un rosario, cuando la cuerda que las unía se rompió; cuando fue abandonada bajo la escalera como las páginas caídas de un libro mal encuadernado; cuando fue profundamente sacudida por estériles rivalidades, encorvada bajo el peso de un millar de polémicas, desconcertada y estupefacta, cantando canciones de libertad aun cuando gemía y se lamentaba amargamente bajo la más vergonzosa y humillante de las esclavitudes; cuando comenzó a faltarle un sentido de identidad verdadera, siendo, sin embargo, tenaz en su egoísmo; cuando se erigió en desafío a Dios y al Profeta, considerándoles tabúes, mientras se debatía en las garras de muchos otros; cuando empezó a convertirse en «la más miserable de todas».
A pesar de los esfuerzos de muchos detractores malintencionados, desde dentro y desde fuera, el actual período negativo no ha durado mucho tiempo. Los musulmanes de hoy, que representan aproximadamente una quinta parte de la población humana, buscan un nuevo renacimiento en casi todos los lugares del mundo islámico y están tratando de salvarse de esta era de maldita esclavitud. Especialmente en los últimos tiempos, el hecho de que hayan tenido que enfrentarse a nuevas calamidades todos los días ha aumentado la alerta espiritual de los musulmanes, les ha impulsado a su retorno a Dios y ha despertado y excitado su resolución.
Como estábamos seguros de la conformidad entre el espíritu del Islam y la naturaleza humana, con su apoyo tanto para el progreso material como el espiritual de los seres humanos, y con su singular calidad para equilibrar este mundo y el más allá, hemos sobrevivido asumiendo que «la verdad siempre saldrá victoriosa, que la verdad nunca puede ser derrotada»[1]. Día y noche hemos estado aguardando «Un final (feliz) para aquellos que son justos»[2], sin perder jamás la esperanza. Hoy podemos ser testigos, en todos los ámbitos de la vida, de un veloz incremento del interés por el Islam. Podemos observar que el Islam está saliendo a la luz y obteniendo protagonismo en amplios territorios que se extienden desde los Estados Unidos a las estepas de Asia, desde Escandinavia hasta Australia.
Aunque se llevan a cabo sistemáticamente muchas actividades misioneras de diferentes credos por parte de diversos grupos, estos no han conseguido despertar hacia sus respectivas religiones ni una décima parte del interés y de la calidez que el Islam suscita. Hoy, en muchos continentes del mundo, cada año, miles de personas optan por abrazar el Islam, refugiándose en la luz del Corán, a pesar de saber que pueden ser condenados, en algún caso, al hambre y a la miseria.
A menos que fallemos en mantener nuestra lealtad a Dios[3], recibiremos una vez más las buenas nuevas del mensaje divino: «Cuando el auxilio de Dios llegue y la victoria (que es una puerta abierta a otras victorias), y contemples a la gente entrar en masa en la Religión de Dios, entonces glorifica a tu Señor con Su alabanza, y pídele perdón, pues Él es sin lugar a dudas Aquél Quien acepta el arrepentimiento y lo corresponde con generoso perdón y recompensa adicional» (Corán, 110:1-3).
Desde América a Europa, desde los Balcanes hasta la Gran Muralla China y el corazón de África, de hecho, en casi todas partes, la fe, la esperanza, la seguridad y, por lo tanto, la paz y la alegría, volverán a vivirse una vez más bajo la protección del Islam. Toda la humanidad será testigo de un nuevo orden mundial que escapa a la imaginación. Todo el mundo se beneficiará en la medida en que su naturaleza, disposición y mentalidad se lo permitan.
[1] Bujari, Janaiz, 79.
[2] Corán, 7:28, 11:49.
[3] Corán, 13:11, 8:53.
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