Qalb (Corazón)
En palabras de Ibrahim Haqqi de Erzurum:
El corazón es la morada de Dios; purifícalo de todo lo que no sea Él,
Para que el Rey pueda descender a Su palacio por las noches.
La palabra qalb (corazón) tiene dos significados. Uno es el que designa el órgano más vital del cuerpo que está situado en el lado izquierdo del pecho. En lo que respecta a su estructura y tejido, el corazón es diferente de las restantes partes del cuerpo: tiene dos aurículas y dos ventrículos, es el origen de todas las venas y arterias, funciona de forma autónoma, como un motor, y, como si fuese una bomba de succión, hace que la sangre se mueva por todo el sistema.
En la terminología sufí, el corazón espiritual es el centro de todas las emociones y facultades (intelectuales y espirituales), tales como la percepción, la conciencia, los sentidos internos, el razonamiento y la voluntad. Los sufíes lo llaman la «verdad humana»; los filósofos lo llaman la «alma que habla». La verdadera naturaleza de una persona se encuentra en el corazón. En lo que atañe a este aspecto intelectual y espiritual de la existencia, los seres humanos son aquellos que conocen, perciben y comprenden. El espíritu es la esencia y la dimensión interna de esta facultad; el alma biológica es su cabalgadura.
Dios habla al corazón de la persona y es éste el que asume responsabilidades, sufre castigos o recibe recompensas, el que se eleva con la guía o se corrompe a causa de la desviación, siendo así honrado o humillado. El corazón es también el «espejo pulido» donde se refleja el conocimiento Divino.
El corazón percibe y es percibido. El creyente lo utiliza para penetrar en su alma, en la mente y en la existencia corporal, como si fuese una especie de ojo del espíritu. La perspicacia o capacidad de penetración puede considerarse como su facultad correspondiente a la visión, la razón es su espíritu y la voluntad su dinámica interior.
El corazón o intelecto espiritual, si se nos permite llamarlo de esta manera, tiene una conexión intrínseca con su homólogo biológico. La naturaleza de esta conexión ha sido estudiada por filósofos y sabios musulmanes durante siglos. Sea cual fuere esta naturaleza, lo que no admite dudas es que esta conexión entre el corazón biológico y el «espiritual» —que es una facultad Divina, centro de la verdadera humanidad y fuente de todas las emociones humanas— existe y es muy estrecha.
En el Corán, en las ciencias religiosas y morales, en la literatura y en el sufismo, la palabra «corazón» alude al corazón espiritual. La creencia, el conocimiento y el amor a Dios son los objetivos a conseguir mediante esta facultad Divina. El corazón es un mineral precioso y luminoso que tiene dos facetas; una mira hacia el mundo espiritual y la otra hacia el mundo corporal, material. Si la existencia corporal o cuerpo físico de un individuo está dirigida por el espíritu, el corazón transmite al cuerpo las efusiones espirituales o regalos que recibe del mundo espiritual, permitiendo así que el cuerpo respire con paz y tranquilidad.
Tal y como hemos dicho, Dios tiene en consideración el corazón de la persona. Y trata a la gente según sea la calidad de sus corazones, puesto que ese es el baluarte de muchos elementos fundamentales para la vida espiritual y para la humanidad del creyente: razón, conocimiento, conocimiento de Dios, intención, creencia, sabiduría y cercanía a Dios Todopoderoso. Si el corazón está vivo, todos estos elementos y facultades estarán vivos; si el corazón está enfermo, será difícil que los elementos y facultades mencionados estén en buen estado. El más veraz y confirmado, la paz y las bendiciones sean con él, dijo: «En el cuerpo hay un trozo de carne. Si está sano, todo el cuerpo estará sano. Si está enfermo, todo el cuerpo estará enfermo. ¡Tened cuidado! Ese trozo de carne es el corazón»[1]. Estas palabras demuestran la importancia del corazón en la salud espiritual de la persona.
El corazón tiene otro aspecto o función que es aún más importante que los ya mencionados: arraigados en el corazón hay puntos de dependencia y de obtención de ayuda —lo mismo que en la naturaleza humana— con los que el corazón permite que la persona perciba a Dios como el Ayudante y Mantenedor, siendo así que el corazón nos hace recordar a Dios en momentos de necesidad, cuando buscamos ayuda y protección. Esto se expresa de manera patente en un dicho de la Tradición Profética que Ibrahim Haqqi relata de la siguiente manera:
Dios dijo: «Ni los Cielos ni la Tierra Me contienen».
Es conocido por el corazón como un Tesoro Escondido.
La existencia humana tiene dos dimensiones que se complementan entre sí; la dimensión corporal o física y la espiritual. El corazón es la dimensión espiritual. Por este motivo, el corazón es el lenguaje más directo, elocuente, claro, espléndido y verdadero del conocimiento de Dios. Por lo tanto, se le considera más valioso y distinguido que la misma Ka’ba, y es aceptado como el único exponente de la verdad sublime que puede expresar la totalidad de la creación para que así Dios sea conocido.
El corazón es también una fortaleza en la que se pueden guardar el razonamiento y el pensamiento sensatos, además de un cuerpo y un espíritu sanos. Como todos los sentimientos y emociones humanas buscan refugio y protección en esta fortaleza, el corazón debe estar protegido y libre de toda contaminación. Si el corazón se contagia será difícil que se restablezca; si muere, será casi imposible revivirlo. Esta necesidad insoslayable de cuidar el corazón aparece en el siguiente consejo del Corán: «¡Señor nuestro! No desvíes nuestros corazones después de habernos guiado» (3: 8) y en la súplica de nuestro maestro, la paz y las bendiciones sean con él: «¡Oh Dios, Aquel Quien cambia los corazones! Mantén nuestros corazones firmes en Tu religión».[2]
Del mismo modo que el corazón puede servir de puente para que alcancen al creyente todo bien y bendiciones, puede ser también el medio de entrada de las tentaciones corporales y los vicios satánicos. Cuando está fijo en Dios y guiado por Él, el corazón parece un proyector que envía su luz y llega a los rincones más lejanos y recónditos del cuerpo. Pero si quien manda es el «yo carnal que ordena el mal», se convierte en un objetivo de las flechas emponzoñadas de Satán. El corazón es la patria de la creencia, de la adoración y la virtud perfectas; es un río que fluye lleno de la inspiración y el resplandor que surgen de las relaciones entre Dios, el género humano y el universo. Por desgracia, hay multitud de enemigos que quieren destruir este hogar, interceptar este río o alterar su curso: la dureza de corazón (perder la capacidad de sentir y creer), la incredulidad, el engreimiento, la arrogancia, la ambición por este mundo, la codicia, la lascivia excesiva, el descuido, el egoísmo y el aferrarse a la posición social.
¡Señor nuestro! No desvíes nuestros corazones después de habernos guiado y concédenos la misericordia de Tu Presencia. No hay duda alguna de que Tú eres Quien todo lo concede. Y concede paz y bendiciones, Señor mío, a nuestro maestro Muhammad y a sus nobles Compañeros.
***
La creencia es la vida del corazón; la adoración es la sangre que fluye por las venas; y la reflexión, el autocontrol y la autocrítica son los fundamentos de su supervivencia. El corazón del incrédulo está muerto; el corazón del creyente que no adora se está muriendo; y el corazón del creyente que adora pero no practica la reflexión, el autocontrol y la autocrítica, está expuesto a muchos peligros y enfermedades espirituales.
El primer grupo de personas —los incrédulos— llevan una «bomba de succión» en sus pechos, pero no puede decirse que tengan corazón. El segundo grupo —los que creen pero no adoran— viven en la turbia atmósfera de sus dudas y conjeturas, separados de Dios, y son incapaces de llegar a su destino. El tercer grupo de personas —los creyentes que sí adoran— han recorrido parte de la distancia que les separa de su objetivo, pero están en peligro al no haber llegado todavía. Avanzan de forma vacilante, esforzándose en el nombre de Dios, experimentando ciclos de éxitos y derrotas, y pasan la vida tratando de subir a una «colina» sin llegar a alcanzar la cima.
Quienes tienen una creencia firme y arraigada viven como si estuviesen viendo a Dios, con la conciencia de que Él los está viendo, disfrutan de una seguridad completa y están bajo Su protección. Estudian la existencia con capacidad de penetración, desvelan la naturaleza de la existencia, descubren su realidad gracias a la luz de Dios y se comportan con sobriedad y dominio de sí mismos. Tiemblan por temor a Dios, están llenos de ansiedad y esperanza en lo que respecta a su final y persiguen lo que Le complace, tratando de agradarle y viviendo de una manera que expresa su amor por Él. Por todo ello, Dios los ama y hace que los otros creyentes también les amen. Son amados y admirados por los seres humanos y por los genios, y reciben una cálida bienvenida dondequiera que vayan.
El profeta José, la paz sea con él, el auténtico héroe de la Sura que lleva su nombre, es mencionado cinco veces en dicha Sura como un hombre de bondad perfecta y devoción profunda. Toda la creación, incluidos el Creador y lo creado, amigos y enemigos, la Tierra y los cielos, dan testimonio de su estricto autocontrol y dominio de sí mismo: «Cuando José alcanzó su plena madurez, le concedimos autoridad con recto y buen juicio y un conocimiento especial. Así es como recompensamos a aquellos que se dedican a hacer el bien, como si contemplasen a Dios.» (12: 22). En este pasaje, el Todopoderoso declara que cuando el profeta José llegó a la madurez, ya era un hombre de bondad perfecta y dominio de sí mismo. Durante su encarcelamiento en Egipto, todos los prisioneros, ya fueran buenos o malos, percibían la profundidad de su razonamiento y la pureza de su espíritu y recurrían a él para solventar sus problemas: «Infórmanos de su significado. Pues vemos que eres de los dotados con las mejores cualidades.» (12: 36). José tuvo éxito en cada prueba a la que se enfrentó y ocupó un lugar en el corazón de todos, tanto amigos como enemigos.
Una vez más, Dios habla de él como hombre de bondad perfecta, como una encarnación excelente de todo lo bueno y dotado de un carácter que no sufrió cambio alguno cuando pasó a desempeñar un alto cargo en el gobierno: «Y así establecimos a José en el país (Egipto) con autoridad. Fue plenamente aceptado ahí, y capaz de llevar a cabo su autoridad en todo lugar que él quisiese. Hacemos objeto de Nuestra misericordia a quien Nuestra Voluntad dicta. No dejamos que se eche a perder la recompensa de aquellos que se dedican a hacer el bien, como si contemplasen a Dios.» (12: 56). Cuando sus hermanos, que siempre lo habían envidiado, reconocieron su bondad y veracidad, incluso antes de descubrir que aquel ministro tan caritativo del Palacio Real de Egipto era José, dijeron: «Vemos que eres de aquellos devotos de una bondad desinteresada» (12: 78).
Y por último, al ser un hombre perfecto en su madurez, y con un contentamiento espiritual absoluto, el profeta José daba testimonio de las bendiciones que Dios le había conferido: «Dios en verdad ha sido misericordioso hacia nosotros. Sin duda alguna, todo aquel que se aparta de la desobediencia a Dios con veneración a Él y piedad, y es paciente: con toda seguridad Dios no dejará que se eche a perder la recompensa de aquellos que se dedican a hacer el bien, como si contemplasen a Dios» (12: 90).
Resulta impensable que un individuo de corazón tan sano pueda desviarse o ser privado de las bendiciones de Dios. Ese corazón tiene el mismo significado, con respecto a su dueño, que el del Trono Supremo de Dios con respecto al universo, y es un espejo pulido que el Todopoderoso contempla con gran satisfacción. Ese espejo no es algo que pueda dejarse a un lado o permitir que se rompa, puesto que es la esencia y el espíritu de la realidad humana y es alabado por Dios.
En los versos siguientes, Rumi lo rememora así:
La Verdad Absoluta dice: «Para Mí, el corazón no es una forma hecha de agua y arcilla».
Tú dices: «Yo tengo un corazón en mi interior», en tanto que el corazón está por encima del Trono de Dios, no debajo.
¡Oh Dios!
¡Aquel Quien cambia los corazones!
Mantén nuestros corazones firmes en Tu religión,
y concede paz y bendiciones a nuestro maestro
Muhammad, el amado por los corazones.
[1] Al-Bujari, «Iman», 39; Muslim, «Musaqat», 107.
[2] At-Tirmizi, «Qadar», 7, «Da’awat» 89; Ibn Maya, «Dua», 2.
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