Ijlas (Sinceridad o Pureza de Intención)
Ijlas ha sido interpretado como ser honesto, sincero y puro, mantenerse alejado de la ostentación y de la exhibición en la intención y conducta personales, y como ser inmune a aquello que pueda nublar o contaminar el corazón. También se incluyen en esto la pureza de intención, la rectitud de pensamiento, el no buscar beneficios mundanos en la relación con Dios, y la lealtad y servidumbre a Él.
Ijlas exige que cuando se adore y obedezca a Dios, no se persigan objetivos mundanos, que se cumplan los deberes de servidumbre porque Dios así lo ordena y que se permanezca en silencio en aquello que atañe a las experiencias personales del trato y de los regalos especiales que se reciben de Dios, y que sólo se busquen Su complacencia y Su beneplácito.
La sinceridad es una de las cualidades más destacadas de aquellos que son más fieles o leales a Dios; se dice que la lealtad es la fuente y la sinceridad el agua dulce que mana de ella. El más elocuente de la humanidad, la paz y las bendiciones sean con él, dijo que todo aquél que beba de esta agua sin cesar durante cuarenta días, descubrirá que se abren canales de sabiduría que van del corazón a la lengua, y que esta persona siempre hablará con sensatez.[1]
La lealtad o fidelidad es el primer atributo de la Misión Profética, y la sinceridad es su dimensión más brillante. La sinceridad es algo innato en los Profetas; el resto de la gente intenta conseguirla a lo largo de su vida. Hablando de los primeros, por ejemplo, el Corán describe al profeta Moisés como «…alguien elegido, dotado de perfecta sinceridad y pureza de intención en la fe y en la práctica de la Religión…» (19: 51).
Del mismo modo que la lealtad y la sinceridad son algo absolutamente intrínseco, vital y esencial para los Profetas, para aquellos que comunican a los demás el mensaje de los Profetas en cualquier otro tiempo, son tan importantes como el aire y el agua lo son para los seres vivos. Y además, eran sus fuentes de poder más importantes. Los Profetas estaban convencidos de que no podrían avanzar un solo paso sin la sinceridad, y los representantes de la Misión Profética tienen que creer que no conseguirán cosa alguna sin ella. La lealtad y la sinceridad son dos alas, dos océanos profundos que van desde la Gracia y el Favor Divinos al corazón de la persona. Quien pueda surcar estos océanos, o volar con estas alas, llegará a su destino, pues estará bajo la protección de Dios. Dios valora aquello que se hace en Su nombre y para complacerle, sin tener en cuenta el tamaño o la cantidad; lo que a Él Le interesa es la calidad, no la cantidad de las acciones. En consecuencia, Él valora más la acción pequeña que se hace con sinceridad que las muchas acciones hechas sin ella.
La sinceridad es una actitud del corazón, y Dios tiene en cuenta a la persona según la inclinación de su corazón. El Profeta dijo: «Que no haya duda alguna; Dios no tiene en cuenta vuestra estatura ni vuestra apariencia. Lo que Dios valora son vuestros corazones.[2] La sinceridad es una especie de préstamo Divino que se concede a los puros de corazón para que incrementen lo que es poco y ahonden en lo superficial, y para otorgar una recompensa infinita a la adoración finita (limitada). La sinceridad puede servir para adquirir las cosas más valiosas en los mercados de este mundo y de la Otra Vida, y es apreciada, bienvenida y respetada allí donde se sufre una gran miseria. Este poder misterioso de la sinceridad hizo que el Mensajero de Dios dijese: Sed sinceros en vuestra religión; un poco de trabajo (con sinceridad) es suficiente para vosotros».[3] Y también: «Sed sinceros en vuestras acciones puesto que Dios sólo acepta lo que se hace con sinceridad».[4]
Si consideramos a la acción como el cuerpo, la sinceridad sería su alma. Si una acción representase una de las alas de un par, la sinceridad sería la otra. Un cuerpo sin alma no tiene valor alguno, y nada puede volar con un solo ala. Fijémonos en la excelencia de las palabras de Yalalu’d-Din Rumi:
Tienes que ser sincero en todas tus acciones,
Para que el Señor Majestuoso pueda aceptarlas.
La sinceridad son las alas de los pájaros en los actos de obediencia.
¿Si careces de alas, cómo podrás volar a la morada de la prosperidad?
Las siguientes palabras de Bayazid al-Bistami, uno de los santos y maestros del camino sufí más conocidos, son también de lo más pertinentes:
Durante treinta años adoré a mi Señor con todas mis fuerzas. Y luego oí una voz que decía: ¡Oh Bayazid! Los tesoros de Dios Todopoderoso están llenos de actos de adoración. Si deseas llegar a Él, tienes que verte como algo insignificante ante las puertas de Dios y ser sincero en tus acciones.[5]
Para algunos, la sinceridad implica ocultarse, evitar exhibirse y eludir todo tipo de ostentación ante los demás al hacer las acciones supererogatorias. Para otros, significa que carece de importancia el que alguien les vea o no haciendo actos religiosos. Y hay otros para los cuales significa estar tan concentrados, cuando intentan complacer a Dios, que ni siquiera recuerdan si deben ser sinceros o no.
La autoobservación es una dimensión esencial de la sinceridad, y la persona que es realmente sincera no tiene en cuenta el posible deleite espiritual que pueda sobrevenirle, ni especula sobre si sus acciones le garantizarán o no la entrada en el Paraíso. La sinceridad es un misterio entre Dios y el siervo, y Dios la pone en el corazón de aquella persona a la que ama. Quien tiene el corazón abierto a la sinceridad no se preocupa de ser alabado o acusado, ensalzado o denigrado, de si es consciente o inconsciente de las acciones, o ni tan siquiera de si será o no recompensado. Esta persona no cambia y actúa de la misma manera en público que en privado.[6]
¡Dios nuestro! Inclúyenos entre Tus siervos sinceros, aquellos que están dotados de una sinceridad perfecta; y concede paz y bendiciones al caudillo de los que tienen sinceridad perfecta; y a su sincera Familia.
[1] Ibn Abi Shayba, Al-Musannaf, 7:80; Abu Nuaym, Hilyatu’l-Awliya, 5:189, 10/70.
[2] Muslim, «Birr», 32-33.
[3] Al-Bayhaqi, Shu’abu’l-Iman, 5:342; Ad-Daylami, Al-Musnad, 1:435.
[4] Ad-Daraqutni, As-Sunan, 1:51; Al-Bayhaqi, Shu’abu’l-Iman, 5:33.
[5] Faridu’d-Din Attar, Tazkiratu’l-Awliya’, 215.
[6] Al-Ghazali, Ihya’ ‘Ulum ad-Din, 4:376; Daylami, Al-Musnad, 3/187.
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