‘Ibada, ‘Ubudiya, y ‘Ubuda (Adoración, Servidumbre, y Piedad Profunda)
A pesar de que para algunos la adoración, la servidumbre y la piedad profunda son sinónimos, la mayoría de los maestros y eruditos sufíes dice que estas palabras tienen significados y connotaciones diferentes. ‘Ibada (adoración) significa obedecer los mandatos de Dios en la vida cotidiana y cumplir con las obligaciones propias de Sus siervos; mientras que ‘ubuda (servidumbre) se interpreta como vivir con la conciencia de ser un siervo, un sirviente sumiso. Basados en esto, al que cumple con sus deberes religiosos se le llama ‘abid (adorador) mientras que al que vive con la conciencia de ser un siervo de Dios se le suele llamar ‘abd (esclavo).
Hay otra diferencia aún más sutil entre adoración y servidumbre. Son actos de adoración aquellas responsabilidades que exigen tener suficientes recursos económicos y capacidad física para poder cumplirlas, que tienen una cierta dificultad, que se hacen con temor y esperanza y con la intención de complacer a Dios (p.ej. las cinco oraciones diarias, ayunar, pagar la limosna prescrita purificadora, la peregrinación a La Meca, sacrificar y recitar los Nombres de Dios). Los deberes o trabajos que no conllevan dificultades similares se incluyen en la servidumbre. El siervo cumple con sus deberes con una conciencia aún mayor.
La dimensión más profunda de los deberes religiosos es aquella devoción que exige conciencia y meticulosidad absolutas. Ibnu’l Farid[1] dice:
Gracias a mi devoción he realizado todos los actos de adoración y los deberes de la servidumbre que exigían cada una de las estaciones que he atravesado en mi viaje espiritual.
Algunos sufíes han definido la adoración como la servidumbre de la gente común, la servidumbre como el requisito para ser un siervo de Dios que cumplen aquellas personas que tienen conciencia y clarividencia, y la devoción como la responsabilidad de aquellos que son distinguidos por su cercanía a Dios. El primer grupo contiene a los que se esfuerzan por avanzar en el camino de Dios; el segundo grupo está formado por aquellos cuyas actitudes mentales y espirituales les permiten superar todos los obstáculos y dificultades aparentemente insuperables con los que se encuentran; el tercer grupo es el de aquellos cuyos estados mentales y espirituales les hacen volverse hacia Dios con todo su ser y con el sentimiento profundo de estar en Su compañía.
Otros sufíes han resumido las explicaciones anteriores en dos términos: la adoración en sí y aquella que se puede describir. El primer término significa que se es siempre consciente de la relación entre el Creador y lo creado, el Adorado y el adorador, el Supervisor y el supervisado, el Mantenedor y el mantenido, además de pensar, sentir y actuar con la conciencia más profunda de estas relaciones. El segundo término significa que se cumple con los deberes de la adoración tal como lo exige esta conciencia y sin negligencia alguna, lo cual hace que aumente la autoestima. Los que cumplen con estos deberes pueden ser categorizados en base a la intención, resolución, determinación y sinceridad del adorador de la siguiente manera: los que adoran llevados por el deseo de entrar en el Paraíso, los que adoran esperando ser rescatados del Fuego, los que adoran por amor y sobrecogimiento ante Dios, y los que adoran porque es lo que se exige en la relación entre Dios, como Creador (el Único que merece ser adorado), y los seres humanos (seres creados que deben adorar a su Creador).
A cada grupo se le ha dado un nombre: comerciantes, esclavos, amantes y devotos o fieles. Las siguientes palabras de Rabi‘atu’l- ‘Adawiya[2] son bastante apropiadas:
¡Señor mío! Juro por la belleza de la cercanía a Ti que no Te he adorado por temor al Fuego o por desear el Jardín. Te he adorado porque eres Tú.[3]
La servidumbre es el origen del honor y la dignidad de hombres y mujeres. No hay nada más valioso ni estimable que el haber sido honrado con la servidumbre y la devoción a Dios. Aunque existan otros rangos más valiosos que se otorguen durante un período de tiempo limitado, la servidumbre es constante y continua y, en consecuencia, es el rango más preciado. Esta es la razón de que Dios Todopoderoso describiese al mejor de la creación, la paz y las bendiciones sean con él, como siervo Suyo junto con las palabras más hermosas, No hay más divinidad que Dios: Muhammad es Su siervo y Mensajero otorgándole la Misión Profética como corona de su servidumbre y de estas hermosas palabras.
Y además, cuando invitó al Profeta, —gloria de la humanidad e incomparable, el único en el tiempo y en la creación— a que honrase los cielos con la Ascensión[4], Él inició Su invitación con la siguiente frase de cortesía: «Glorificado es Quien llevó a Su siervo en un viaje» (17: 1), refiriéndose con ello a la grandeza incomparable de su servidumbre. A pesar de ser aquella una ocasión en la que el tiempo y el espacio fueron transcendidos y la luz penetrante de la Gracia y Belleza Divinas le daban la bienvenida, Dios Todopoderoso enfatizó de nuevo su servidumbre diciendo: «Y le reveló a Su siervo lo que le reveló» (53: 10).
Rumi no se presenta a sí mismo como un santo o una persona de gran profundidad espiritual; lo hace declarándose siervo:
Me he convertido en un siervo, un siervo, un siervo;
Me he inclinado y doblado estando a Tu servicio.
Los siervos y esclavos se alegran cuando quedan libres;
Mi alegría proviene de convertirme en Tu siervo.
Hay algunos que afirman que se deben considerar los siguientes puntos cuando se habla de adoración y servidumbre. Así, los siervos deben:
- Ser conscientes de sus faltas y estar preocupados por ellas por mucho que crean que realizan perfectamente sus actos de adoración.
- Tratar de adorar de la forma más perfecta para luego atribuir, en nombre de la servidumbre, todos sus logros a Dios. Deben pasar cada momento de sus vidas siendo conscientes de que la servidumbre es su deber en respuesta al eterno Señorío de Dios.
- Contemplar todas las facetas de la existencia como sombras de la Luz de Su existencia y no atribuirse a sí mismos la existencia de cosa o logro alguno. No deberían envanecerse por las bendiciones recibidas ni desesperarse si se retienen los regalos espirituales y los resplandores.
- Ser conscientes del honor y la dignidad de estar cercanos a Él y no imaginar jamás la posibilidad de ser honrados con otro tipo de rangos.
No hay rango ni honor que sea tan grande o mayor que la servidumbre. Si hubiese algún rango u honor que pudiera ser considerado como tal, es posible que lo fuese la libertad, pero sólo en el caso de que no existan vínculos del corazón con algo distinto de Dios, y de renunciar a todo lo que no sea Él. Quienes no han hecho demasiados progresos en el camino hacia Dios sólo pueden presentir la libertad, mientras que aquellos que han llegado a su destino la experimentan de una manera integral. Mi opinión es que la verdadera libertad a la que se debe aspirar, la libertad más acorde con el rango y la dignidad humanos, es precisamente ésta. Un amigo de Dios llama la atención sobre este hecho:
¡Hijo mío! ¡Quítate las cadenas y sé libre!
¿Cuánto tiempo seguirás siendo un esclavo del oro y de la plata?
Yunaid al-Bagdadi nos advierte que no se podrá conseguir la verdadera servidumbre a Dios hasta que no nos hayamos librado de la esclavitud de los demás.[5] Otro amigo de Dios expresa el significado de la servidumbre y de la libertad aconsejando que el siervo de Dios no debe tener en cuenta otra cosa distinta de Dios en sus pensamientos, ensoñaciones, sentimientos y conducta:
Si deseas que suene el tambor del honor, ve más allá de la rueda de las estrellas;
Porque este círculo lleno de anillos es un tambor de humillación.
¡Dios nuestro! Guíanos hacia lo que Tú amas y Te complace, y concede paz y bendiciones a Muhammad, aquél con quien Tú estás complacido; y a sus fieles y leales Compañeros.
[1] ‘Umar ibn ‘Ali ibnu’l-Farid (1181-1235 d.C.): fue uno de los poetas musulmanes sufíes más destacados. Vivió en El Cairo y en La Meca. Algunos de sus poemas fueron escritos en pleno éxtasis. Sus obras más famosas son Hamriyya («La Oda al Vino») sobre el «vino» del amor Divino, y Nazmu’s-Suluk («El Poema sobre la Senda Sufí»).
[2] Rabi‘atu’l-Adawiya (717–801): Una santa sufí que hablaba mucho sobre el amor. Nació y vivió en Basora. Muchos hombres quisieron casarse con ella, pero siempre los rechazaba diciéndoles que ella pertenecía por entero a Dios. Tuvo muchos discípulos.
[3] Ad-Dimyati, Ianatu’t-Talibin, 4:338; Faridu’d-Din Attar, Tazkiratu’l-Awliya’, pág. 122.
[4] La Ascensión (Mi‘ray) fue un suceso milagroso durante el cual el Profeta viajó hacia Dios atravesando todos los reinos de la existencia.
[5] Al-Qushayri, Ar-Risala, 201.
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