El Mundo Que Anhelamos
En diferentes épocas, en muchas diversas partes del mundo, muchos han dado un paso adelante reivindicando reformas y reconstrucciones bajo diferentes nombres y títulos. Tales reivindicaciones siempre han generado controversia, con una excepción que abarca a toda la creación, a la velada realidad que se encuentra más allá, a la humanidad y a la vida. Este es, sin duda alguna, nuestro mundo, especialmente a través del amplio espacio de su vida.
Después de largas épocas de crisis y depresiones, a pesar de todos los pronósticos, esta nación sigue siendo capaz de una regeneración semejante. Aún tiene el potencial necesario para llevar a cabo una nueva resurrección, y ha acumulado conocimiento suficiente como para orientar a todas las nuevas estructuras que la integran. Por otra parte, tiene la ventaja de la conformidad inconsciente de unos pueblos que comparten su historia, un liderazgo que posiblemente pueda ser de utilidad en el futuro. Esta nación será completa y suficiente, con todo lo que representa, siempre y cuando pueda utilizar una vez más las fuerzas motrices que fueron el alma y la sangre vital de un pasado dilatado y magnífico, en el momento y lugar apropiados.
Hubo un tiempo en que nuestra nación era muy avanzada en casi todas las ciencias, tanto en las naturales como en las religiosas. Estas ciencias abarcaban desde el sufismo (tasawwuf) a la lógica, desde la planificación urbana a la estética, y estaban personificadas en sabios que investigaron los fenómenos minuciosamente, tales como Juarizmi, Biruni, Ibn Sina (Avicena) y Zahrawi. En maestros de la ley y la jurisprudencia islámica, como Abu Hanifa, Imam Muhammad, Sarakhsi y Marginani. En talentos que sobrepasaron las normas humanas y derrotaron a la lógica con la lógica y con el corazón y que vivieron sus vidas conscientemente, como el Imam Gazali, Razi, Mawlana Yalal al-Din Rumi, Shah-i Naqshbandi. En héroes de razonamiento e inteligencia, como el Imam Maturidi, Taftazani, Sayyid Sharif y Dawwani. Y en genios artísticos, como los arquitectos Hayreddin y Sinan, Itri y Dede Efendi. Ahora, mediante la movilización de sus mentes y almas brillantes, nuestra nación podrá, dentro de poco, llevar a cabo un segundo o tercer renacimiento. A partir del reconocimiento del alma y de la esencia del Islam, llegando a la reinterpretación de toda la existencia, desde los divinos e ilimitados climas del camino sufí hasta la metafísica universal. Desde la autointrospección y la autosupervisión Islámicas a la vigilancia, la circunspección y el autodominio que hacen que el ser humano alcance elevados valores. Desde las ciudades y la urbanización, en la que nuestro mundo interior reposa y donde podemos respirar, a una estética que será propiedad de todos. Desde el arte que adorna la esencia y la realidad por doquier, que busca el infinito en todo aquello que embellece, a los verdaderos placeres de la estética, que cada vez se hacen más de otro mundo, más y más refinados, y se van integrando con el más allá. Por todos estos medios, esta nación puede abrir un nuevo capítulo. Sin embargo, una tarea tan enorme no puede llevarse a cabo a la ligera...
Durante muchos años, nuestra vida espiritual se ha ido extinguiendo en gran medida. Nuestro mundo religioso se ha vuelto disfuncional. Las lenguas de nuestros corazones han sido atadas, haciendo que la gente se olvide del amor intenso (ashq) y del éxtasis (wajd). Hemos pervertido a todas las mentes que leen y piensan mediante un duro positivismo. La intolerancia se ha instalado en el lugar de la firmeza de carácter, de la fuerza de la religión y de la perseverancia en la verdad. Incluso al pedir por la otra vida y el paraíso, con una mentalidad distorsionada, aquellos que ruegan tienen en mente una especie de continuidad de la vulgar felicidad en este mundo. Por tanto, es imposible abrir un nuevo capítulo sin desprendernos de estos pensamientos e ideas erráticas, tan profundamente enraizados.
Esto no quiere decir que la ignominia que ha empañado nuestras almas durante épocas no se pueda erradicar. Sin embargo, sin deshacernos de los impulsos y sentimientos que son las verdaderas razones de la caída y de la disolución de nuestro pueblo, como son la avaricia, la pereza, el deseo de fama, el anhelo de estatus, el egoísmo y la mundanalidad, sin establecer en su lugar el espíritu de abstinencia, el coraje, la modestia y la humildad, el altruismo, la espiritualidad, la piedad y la devoción —todo lo cual constituye la esencia y la verdad del Islam— sin dirigir a las personas hacia la verdad, sin purificarles ni reformarles con el sentido de la verdad y sin hacer que tal comprensión penetre y prevalezca en la sociedad, será poco menos que imposible llegar al camino recto y al tiempo de la paz.
Sin embargo, no es del todo imposible. Si tenemos entre nosotros héroes que sean fieles a la realidad esencial del Islam, que tengan fuerza de voluntad para abrazar la era en que vivimos y cumplir sus requisitos, esta renovación y este cambio, sin duda, se llevarán a cabo. De hecho, estos héroes están presentes entre nosotros, y la transformación estará basada en el Corán y atemperada por la disposición natural. Esto sucederá de tal manera que incluso aquellos que están cerrados a esta comprensión y las masas que se empeñan en cerrarse a ella, no serán capaces de evitarlo. Hasta la fecha, todos los renacimientos que en el mundo han sido fueron el resultado de los esfuerzos y del trabajo de unos pocos genios que son considerados como sus arquitectos. No surgieron del esfuerzo y el movimiento de las masas. Al igual que en los años inmediatamente posteriores a la llegada del Islam, algunas renovaciones y cambios fueron el resultado de no más de una docena de almas excepcionales, de su inteligencia y sus ideas, unas almas formadas durante la época de los Omeyas y los Abbasíes. Ocurrió de manera análoga con los vastos pensamientos, las almas profundas y las brillantes actitudes que se hallaban detrás de los movimientos centrífugos y renovadores que acaecieron durante los últimos períodos de los Iljaníes, Karajanidas, Selyúcidas y Otomanos. Los caminos abiertos por dichas guías de almas, que surgieron con una conciencia espiritual completa en casi todas las edades, se convirtieron con el tiempo en escuelas de pensamiento que infundieron en las masas un espíritu de reconstrucción y de cambio. Quienes les sucedieron siguieron a esos guías y a sus pensamientos, y las masas les siguieron y también buscaron protección en su atmósfera iluminada. Estos grandes guías se convirtieron en la savia y el alma de la gente y vivieron con ellos como si fuesen su espíritu. Sin embargo, durante los períodos en que grandes mentes dejaron de existir y desparecieron, y la gente de buena posición no fue educada para ocupar sus lugares, el conjunto de la sociedad se transformó en un cadáver, los pensamientos se convirtieron en restos carbonizados y los sueños de renovación se hicieron imposibles.
Ahora, mientras los días se tornan en primavera y el amanecer persigue al amanecer, nos estamos volviendo optimistas, expectantes y rogamos a nuestro Señor diciendo «Concédenos fuerza de voluntad con Tu Voluntad para poder erigir la estatua de nuestras almas. Haz que nuestros corazones sean tan verdes como las laderas de las colinas del Paraíso y haz que nuestras almas alcancen los secretos de lo más profundo de Tu Divinidad. Muestra a nuestro pueblo las formas de renovación en la senda Muhammadi».
Pedir y esperar esto es nuestro derecho, nuestro deber y la consecuencia natural de nuestra fe. Sin embargo, mientras ejercemos este derecho y cumplimos con este deber, debemos hacer una referencia constante a nuestro glorioso pasado y buscar refugio en los valores que hicieron que nuestro pasado fuera esplendoroso. Ésta es la forma en la que otras civilizaciones se han renovado. A medida que Europa Occidental avanzaba hacia el Renacimiento, hacia su civilización actual, se refugió en el Cristianismo, tomó a los antiguos griegos como modelo y abrazó los valores de la antigua Roma. Siguiendo una evolución análoga, cualquier civilización puede desarrollarse. Así pues, también habremos de refugiarnos en nuestro pasado y en las raíces de nuestra esencia y tomaremos nuestros ejemplos de la inmensidad Divina que el tiempo no puede oscurecer. Desde la filosofía de la verdad del sufismo, desde la cosmovisión establecida por la religión hasta su dimensión moral, tomaremos nuestros modelos de las épocas más ilustradas y brillantes, de las que siempre nos hemos sentido orgullosos y a las que hemos considerado como edades de oro, y vamos a tejer el tapiz de nuestro futuro, hilo a hilo, en el lienzo del tiempo. En este tapiz Mawlana Yalal al-Din Rumi se reunirá con Taftazani, Yunus Emre se sentará en la misma alfombra de oración con Mahdumguli, Fizuli abrazará a Mehmed Akif, Uluğ Bey saludará a Abu Hanifa, Hodja Dehhani se sentará, rodilla con rodilla, con el Imam Ghazali, Muhyi al-Din Ibn Arabi (Abenarabi) lanzará rosas sobre Ibn Sina, el Imam Rabbani estará encantado con las buenas nuevas de Bediuzzaman Said Nursi. Desde ese gran pasado, divisando su amplio panorama, se reunirán hombres de gran altura y nos susurrarán los encantos de la salvación y el renacimiento.
Mientras podamos recuperar nuestros pensamientos, sentimientos, métodos y nuestra filosofía, nos será suficiente poder reunirlos para encontrar nuestro celestial e inmortal estilo. Por eso, en mi opinión, deberíamos, en primer lugar, volver a examinar los caminos que vamos a tomar, repararlos y reforzarlos una vez más. Para nuestro renacimiento son esenciales la inspiración y la fecundidad del celo religioso, un ambiente tranquilo, la firmeza, la gravedad, la sobriedad y sabiduría en nuestro razonamiento y en nuestra lógica; una estabilidad y un humanismo que nos proporcionen la libertad de ser nosotros mismos; profundidad filosófica, refinamiento y abstracción contemplativa en nuestras artes y en nuestra filosofía. Todo ello ha de poseer la cualidad de ser esencialmente lógico e inspirado por la revelación.
En esta renovación, complacer a Dios es la meta final. El alma se antepone al cuerpo. El ego (nafs) es una fuerza motriz esencial que animará la conciencia del deber bajo el imperio del corazón. El amor a la humanidad y a la patria es una pasión indispensable. La moral, que nunca ha de ser abandonada, es una provisión fundamental para el viaje. La humanidad, la vida y el universo son un libro misterioso con diferentes capítulos, cuyas hojas escudriñamos con frecuencia a través de la lente del Corán. La humanidad es una fuente importante de poder con su carácter y sus valores humanos verdaderos. Las metas y los objetivos han de ser justos, equitativos y sagrados, y las vías que llevan a estas metas y objetivos deben de ser trazadas por el Corán y la Sunna. Estas son todas las garantías contra el error.
Aquello que podríamos denominar una «receta» para nuestra salvación tiene puntos concretos: concentrarse en la labor sobre el futuro de nuestro pueblo y de nuestro país, invertir energía en cambiar nuestro lamentable destino de los últimos siglos, hacer que el alma moldee y dé forma a nuestra sociedad a través de la vida de nuestros cuerpos; pasar una nueva página en la historia de nuestro pueblo. Estos son sólo algunos elementos esenciales de nuestro sueño de civilización y renovación que rebasa cualquier utopía.
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