El Héroe de Pensamiento y Acción
La persona de pensamiento y acción se mueve activamente a la vez que elabora sus planes. Está profundamente preocupada por llevar la paz al mundo y representar el movimiento de erigir, una vez más, las estatuas de nuestras almas, que hemos estado destruyendo continuamente desde hace siglos, y por transmitir nuestros valores históricos en nuestro tiempo. Estas personas son capaces de alternar eficientemente entre la acción y el pensamiento con su voluntad y su razón, y son gente de acción que teje para nosotros el encaje más novedoso en plena armonía con el lienzo de nuestra propia alma y de su significado.
Siempre han sido inspirados por la «paz» a lo largo de su viaje, desde los sentimientos a los pensamientos y, desde allí, a todos los ámbitos de la vida práctica. Su único objetivo es construir y levantar. Son los soldados espirituales de la Verdad que, en lugar de conquistar países y obtener victoria tras victoria, utilizan su fuerza material y su poder para formar al «estado mayor» del alma, a los arquitectos del pensamiento y a los constructores de nuevas ideas. Transmiten siempre pensamientos sobre la construcción y guían a sus discípulos en la restauración de las ruinas. Son soldados espirituales henchidos de celo y agradecimiento que han sido capaces de unir su voluntad a la Voluntad Divina, de transformar su pobreza en prosperidad y su debilidad en fortaleza. Siempre y cuando puedan hacer uso de estas fuentes de poder, de acuerdo con su Propietario y de modo leal a Él, nunca serán derrotados. Y en los casos en los que se suponga erróneamente que han sido vencidos, aparecerán a la cabeza de otro victorioso bastión.
La persona de pensamiento y acción puede asumir diferentes roles en la sociedad: a veces el de leal patriota, el de héroe de acción ponderada; a veces el de discípulo devoto de la ciencia y el aprendizaje, el de artista genial, el de estadista y, a veces, todos ellos al mismo tiempo. La historia reciente ha registrado un número considerable de personas que han tipificado roles como esos. Algunos de ellos vivían anteponiendo sus ideas a sus acciones, mientras que otros mantenían ambas al mismo nivel. Aún así, hubo gente de acción cuyos pensamientos permanecieron totalmente invisibles y ocultos.
Ahmed Hilmi de Plovdiv, Mustafa Sabri Bey, Ferit Kam, Muhammad Hamdi Yazır, Süleyman Efendi, Ahmed Naim, Mehmet Akif, Necip Fazıl y Bediüzzaman son sólo algunos de los nombres que podemos mencionar entre estas numerosas y distinguidas personalidades. A fin de mantenerme dentro de los límites de este breve texto, no voy a ahondar en detalles biográficos, pero voy a tratar de arrojar algo de luz sobre la historia de sus vidas.
Ahmed Hilmi de Filibe (Plovdiv) (1865-1914)
Nacido en Plovdiv, Bulgaria, hijo del embajador de Turquía. Comenzó su educación en el Liceo Galatasaray (Mekteb-i Sultani) y llegó a conocer la era allí. Luego, se trasladó a Esmirna, tras lo cual fue enviado a Beirut. Mientras tanto, estuvo en contacto con los Jóvenes Turcos y, como resultado de ello, fue exiliado a Fizan (Sabha, Libia). Más tarde, regresó a Estambul tras el establecimiento del gobierno constitucional, iniciando la idea de Ittihad-i Islam (la Unión del Islam) y la publicación de una revista con el mismo nombre, siendo portavoz de dicha escuela. Más tarde, comenzó a trabajar para otro diario, Hikmet, que usó como plataforma de confrontación dialéctica contra el Ittihad ve Terakki Cemiyeti (Comité para la Unión y el Progreso). Trabajó en muchos otros periódicos y revistas. Enseñó Filosofía durante un tiempo en Darulfünun (Universidad de Estambul). Ahmed Hilmi murió muy joven, envenenado por sus archienemigos, los francmasones.
Este muy distinguido hombre de pensamiento y acción, al que dirigimos una breve mirada y que tantas obras nos dejó, está esperando a ser descubierto en las páginas de la historia.
Ferit Kam (1864-1944)
La travesía vital de este importante pensador, de gusto delicado y maestro del lenguaje, activo desde muy joven en la vida cultural de Estambul, fue la siguiente: Era maestro de francés y tenía interés por la filosofía. Tras mantener este interés por un tiempo, cayó en una depresión temporal; pero, posteriormente, por Gracia Divina, encontró refugio en el sufismo y, una vez más, fue capaz de encontrar la paz. Escribió para las revistas Sirat-ı Müstakim y Sebilürreşad. Enseñó como profesor en Darulfünun y en la Madrasa de Süleymaniye. Se adhirió al Darü’l-Hikmeti’l Islamiye (Consejo de Sabiduría Islámica), teniendo que soportar despidos, cambios de destino en su trabajo e interminables sufrimientos y privaciones. El resultado final fue que, como cualquier otro héroe de pensamiento y acción, llevó una vida llena de colorido dedicada al más allá, hasta el día en que se encontró con Dios.
Volúmenes de libros no serían suficientes para describir su exaltada vida. Sobre la base de críticas y comentarios, este intelectual del siglo XX debería figurar, sin duda alguna, en el plan de estudios de las generaciones actuales; pues constituye una rica fuente de inspiración.
Mustafa Sabri Bey (1869-1954)
Este genuino hijo de Anatolia fue un héroe de la lucha. Trabajó como profesor, funcionario de la biblioteca del palacio, diputado en el Parlamento, redactor jefe de Beyanu’l Hak, miembro del Hürriyet ve Itilaf Fırkası (Partido de la Independencia y la Alianza), y finalmente, fue nombrado como Sheijulislam (1919). Fue siempre un héroe de acción y lucha hasta que se vio obligado a abandonar el país tras la Redada de Babıali[1]. Estas graves circunstancias le obligaron a continuar sus servicios en otro país musulmán; pero volvió, en cuanto se le presentó la oportunidad, para continuar su causa en Turquía. Se convirtió en miembro del Daru’l Hikmeti’l Islamiye y, más tarde, le fue asignado el cargo de Sheijulislam (1920), siendo ésta su última oportunidad de servir a su país. En 1922, abandonó Turquía hacia Rumania, luego a Iskece (Grecia), para, más tarde, falleció en Egipto en 1954, tras haber tenido una vida llena de incesantes luchas, una vida angustiosa, con altibajos; pero lo suficientemente rica como para proporcionar material de investigación a numerosas tesis.
Babanzade Ahmed Naim (1872 - 1934)
Nacido en Bagdad. Ahmed Naim era hijo de un pachá. Del mismo modo que sus iguales, su vida educativa se fraguó en Estambul. Este notable personaje fue dotado de un vasto mundo de pensamiento y sentimientos. Estudió en el Liceo Galatasaray, la Escuela Mülkiye (Escuela de Administración Pública), se convirtió en funcionario del Departamento de Traducción del Ministerio de Asuntos Exteriores y, después, en Director de Instrucción del Ministerio de Educación. Más tarde, fue miembro de la Oficina de Traducción, enseñó en la Facultad de Literatura, Darulfünun y, finalmente, fue nombrado rector por un corto espacio de tiempo.
Habiendo dejado tras de sí un enorme legado científico y educativo para las generaciones venideras, Ahmed Naim es una de las fuentes más importantes que han inspirado a la sociedad turca contemporánea, tanto filosófica como espiritualmente hablando.
Mehmet Akif Ersoy (1873 - 1936)
Se han escrito volúmenes de libros sobre este sincero patriota, por lo que está más allá de cualquier descripción. Sobre él se han escrito muchos comentarios y críticas, y creo que en el futuro habrá muchos más que darán testimonio de su fe, amor, entusiasmo, activismo, causa y pensamientos. Es uno de los pocos intelectuales turcos de su tiempo que viajó por Anatolia, Rumeli (la parte europea de Turquía) y Arabia. En todas las ciudades donde se detuvo, expresó el triste anhelo de un noble, aunque desafortunado, pueblo y sus suspiros poéticos hicieron estremecer a las gentes. Se las arregló para mantener su camino como figura pública sincera y dedicada a lo largo de toda su vida, empezando como veterinario, convirtiéndose más tarde en funcionario inspector, enseñando literatura en el Darulfünun, como miembro de Sırat-i Müstakim, participando en Daru’l-Hikmeti’l Islamiye y dando numerosos sermones durante la Guerra de Independencia Turca[2].
Estamos muy agradecidos por la investigación de que ha sido objeto la vida y obra de Mehmet Akif. Seguimos esperando un futuro en el que se prestará más atención a la investigación sobre el pasado y a sus numerosos activistas del pensamiento y el arte, como este hijo de la nación turca, que vivió en la piedad, como los Compañeros del Profeta, y se dirigió a la otra vida completamente desprovisto de bienes mundanos.
Elmalılı Muhammad Hamdi Yazır (1878 - 1942)
Fue un erudito de alto nivel muy respetado en todo el mundo. Después de asistir a la escuela primaria en Elmalı, un pequeño pueblo de Anatolia, se trasladó a la capital para completar su educación. Recibió lecciones de académicos muy distinguidos, obtuvo su diploma en teología, enseñó y dio conferencias en Mekteb-i Nuvvab y en Madrasatu’l Vaizin. Más tarde, se convirtió en miembro del Parlamento durante el Segundo Gobierno Constitucional. Debido a una interpretación incorrecta por su parte, firmó el dictamen jurídico (fatwa) para el destronamiento del sultán Abdulhamid II. Fue miembro del Darul-Hikmeti’l Islamiye y Ministerio de Beneficencia. Tras ser procesado por los «tribunales de la independencia», se salvó de ser ejecutado, sufriendo un largo aislamiento, durante el cual escribió su maravilloso comentario del Corán. Hamdi Yazır ocupa un lugar especial en nuestra historia de la filosofía y el activismo.
Necip Fazıl Kısakürek (1905 - 1983)
Los antepasados de Necip Fazıl provienen de Maraş; aunque él nació en Estambul y creció como un caballero de Estambul. El American College y la Escuela Naval fueron dos lugares que jugaron un papel importante en su vida más temprana, proporcionándole un entorno que le permitió descubrir sus talentos. Después de estudiar filosofía en Darulfünun, partió a la Sorbona, donde se encontró por primera vez con occidente. Tras trabajar como inspector bancario, se aventuró sin desearlo en los negocios por un corto espacio de tiempo. Proporcionó inspiración artística a todos, tuviesen talento o no, en el Conservatorio del Estado y en la Academia de Bellas Artes. Fue el diseñador, arquitecto y sufrido propietario de la escuela de pensamiento Büyük Doğu (Gran Oriente), así como editor de una revista con el mismo nombre. Esta revista fue cerrada varias veces; pero siguió publicándose una y otra vez, en cada ocasión con un nuevo programa diseñado durante el cierre, impulsado por la prodigiosa voluntad que se hallaba tras la misma. Necip Fazıl fue un maestro en poesía y en prosa, así como un trabajador de ideas del futuro. Su vasta manera sufí de pensar, su sabiduría metafísica, el respeto a la Verdad Absoluta que profesó a lo largo de su vida, la seguridad en sí mismo que tenía, y la veneración por el espíritu del Profeta, el Maestro de toda la existencia, son sólo algunas de las gotas de los vastos océanos de sus admirables cualidades constatadas en diversos ámbitos. Este gran hombre merece ser analizado en todos sus aspectos y ser presentado a los jóvenes turcos y, en definitiva, al mundo entero, a través de la creación de un instituto que lleve su nombre.
Süleyman (Efendi) Hilmi Tunahan (1888 - 1959)
Hijo de una familia noble de Silistre, Süleyman Efendi volvió a su ciudad natal y comenzó a enseñar en ella, como lo hizo su padre. Tras haber alcanzado un alto nivel de madurez, fue capaz de combinar su riqueza espiritual con la educación que había recibido en Estambul. Sus familiares, anticipando su misión y su brillante futuro, fueron agraciados al haberse hecho realidad aquello que de él esperaban y se alegraron al ver cómo un creciente círculo de estudiantes, compañeros y hermanos, se reunían a su alrededor en completa sumisión y lealtad.
Süleyman Efendi fue un héroe de la lucha, una de esas escasas personas que nunca mostraron cansancio alguno durante su vida. Defendió con determinación el camino de la fe sunní, decidiendo luchar en un momento en el que los sentimientos y el pensamiento religiosos estaban siendo atacados constantemente. Tejió el encaje de nuestra alma, usando el pensamiento religioso y la conciencia histórica como lienzo. Trató de hacer los elementos esenciales de la existencia comprensibles a todos, abriendo escuelas, hostales y pensiones en todo el país, y nunca dejó de llevar a cabo su misión hasta el día de su muerte.
Es imposible describir a este gran hombre de acción en unas pocas líneas. Se necesitarían numerosos volúmenes para describir a semejante héroe del alma y del significado. Este héroe, a pesar de incontables obstáculos, abasteció a cada rincón del país, desde Edirne a Ardahan, con educación y aprendizaje en un período muy corto de tiempo.
Dejemos el análisis de la misión, acción, interpretación y filosofía de esta importante personalidad a la investigación de académicos inquietos y poseedores de mentes espiritualmente abiertas, con la esperanza de que este pequeño intento se transforme más adelante en trabajos mayores.
Al considerar a los intelectuales de la segunda mitad del siglo XX, hay que tener en cuenta a Nureddin Topçu, un verdadero hijo de la nación, pensador creativo y héroe del amor y el entusiasmo, a pesar de algunos de sus polémicos planteamientos que se contradicen con nuestros criterios básicos. Debemos tomar nota de Sezai Karakoç, distinguido intelectual y gran pensador, gran poeta y autor del siglo, que con paciencia incubó pensamientos para el futuro y perseveró en su camino con gran dolor, pero en silencio. Debemos recordar con el mayor respeto a Es’ad Efendi, Sami Efendi, Arvasi Hazretleri, Ali Haydar Efendi, Mehmed Zahid Kotku, el Imam de Alvar, Seydah de Serdehl y Muhammad Raşit Efendi de Menzil y pensar sobre su amor, entusiasmo y obras en la tradición del servicio a los demás.
Y no nos sería posible ignorar a Bediüzzaman, que invalidó todos los planes de los incrédulos y de los ateos con la fuerza su fe, con su pensamiento y su vertiginoso activismo.
Se ha dicho y escrito tanto en todo el mundo acerca de este escritor, uno de los autores más leídos del siglo, un autor cuyas obras han sido traducidas a los idiomas más importantes, que no son necesarias largas descripciones para darle a conocer mejor, pues sólo basta citar un breve pasaje de la introducción de una de sus obras.
Bediüzzaman Said Nursi (1877 - 1960)
La vida de Bediüzzaman constituye una rica fuente de investigación para los estudiosos, lo que permite presentar su obra y personalidad a toda la humanidad. Fue la primera personalidad de la edad moderna que presentó con éxito el vasto océano de fe, valores morales y conciencia del Islam de la manera más eficiente y pura. Apegarse de forma sentimental a Bediüzzaman y a sus pensamientos no es la manera más adecuada de recordarle a él y a sus obras. El sentimentalismo no se corresponde con la gravedad de aquellos temas que trató con tanta insistencia y defendió con tanta valentía. Llevó su vida bajo la sombra del Libro de Dios y la tradición del Profeta, y bajo las alas de la experiencia y la lógica. Fue hombre de buen juicio y lleno de un amor y un entusiasmo de grado incomparable.
Se han dedicado muchas publicaciones y conferencias a las excepcionales cualidades de Bediüzzaman, tales como su devoción por ideales elevados y su profunda preocupación por el mundo contemporáneo, su sencillez, su humanismo abarcante, su lealtad, su fidelidad a los amigos, su castidad, humildad, modestia y satisfacción. Prácticamente, cada de estas cualidades merecería ser estudiada en volúmenes separados, y Bediüzzaman se refiere con frecuencia a ellas en sus obras. Por otra parte, muchos de sus compañeros todavía están entre nosotros. Cada uno de ellos es un testimonio vivo bendecido con la suerte de haber estado cerca de él durante su vida y de haber comprobado personalmente su grandeza espiritual y su fecundidad intelectual.
Su aspecto exterior era demasiado llano y sencillo para ser un erudito. Sin embargo, mostró siempre un fuerte carácter a través de sus pensamientos y de su activismo, un hecho reconocido también en otras personalidades históricas. Abrazó a toda la humanidad en aquellas cuestiones universales que afectan a todas las personas. Odiaba la incredulidad, la tiranía y la apostasía, y luchó contra el despotismo sonriendo ante la muerte. Mostró tal lealtad a su causa y una caballerosidad tan genuina, que no sentía sino desdén por su propia supervivencia. A pesar de ser profundamente espiritual en su vida personal y en las cuestiones relativas a su misión, siempre se las arreglaba para actuar de acuerdo con el Corán y la Sunna, y con la guía del razonamiento y la lógica. Su comportamiento estuvo determinado por las dos cualidades más puras de su carácter: en primer lugar, fue una persona heroica, un gran soldado de la conciencia, un hombre lleno de amor y entusiasmo; y en segundo lugar, fue un pensador con visión de futuro, que lideró a sus contemporáneos desde la vanguardia, un intelectual equilibrado que proponía planes y proyectos excepcionales. Esta perspectiva sobre Bediüzzaman resulta muy significativa, ya que se le considera uno de los eslabones de la cadena de grandes personalidades de la historia del Islam, y nos ayudará a comprender mejor el verdadero significado que tiene para nosotros en esta época.
Aunque algunos parecen ignorarle deliberadamente, sus contemporáneos consideraron a Bediüzzaman el pensador y escritor más importante de su tiempo, portavoz y líder de las masas, mientras intentaba seguir manteniendo su humildad y alejarse de cualquier tipo de ostentación. «La fama es igual que la hipocresía y una miel venenosa que mata el corazón», es uno de sus aforismos sobre este tema. Siempre fue uno de los autores del siglo XX más admirados en el mundo islámico, y hoy es valorado en el mundo entero. Sus obras han sido leídas cuidadosamente con sentimientos sinceros de reconocimiento y seguirán siendo relevantes con el correr del tiempo.
Las obras de Bediüzzaman son el fruto de un serio esfuerzo por tratar ciertos asuntos que necesitaban ser abordados desde la perspectiva de la época en la que vivió. El lector puede oír los sollozos, las esperanzas y el entusiasmo de Anatolia, así como el de todo el mundo islámico. Aunque nació en un pequeño pueblo de un remoto rincón del este de Anatolia, expresó nuestros sentimientos como si fuese un caballero criado en Estambul y abrazó al país entero con una gran compasión y una sinceridad pura.
Bediüzzaman dirigió a nuestro pueblo, que estaba dañado socialmente por las incesantes sacudidas a la fuente de Jidr[3] (Hızır), e inspiró una resurrección con sus obras, desbordantes de fe y esperanza, en un momento en que el materialismo había truncado nuestra vida intelectual, cuando el comunismo había llegado a su clímax y el mundo estaba atravesando un triste y caótico período. Fue el primero que se enfrentó y trató de lidiar con la anarquía basada en la incredulidad y en el ateísmo, señalándola como el problema más importante que necesitaba ser resuelto con urgencia. Sus esfuerzos fueron excepcionales y casi sobrehumanos en este sentido. Al encontrarse cara a cara con un mundo tan caótico, Bediüzzaman fue plenamente consciente de la responsabilidad que tenía que asumir. Aún soportando esa tremenda carga, fue una persona extremamente modesta, y que tenía plena confianza en el infinito poder y bondad de Dios Todopoderoso.
En un momento en que la humanidad estaba siendo arrastrada hacia el ateísmo por el abuso de la ciencia y la filosofía, cuando los cerebros estaban siendo lavados con el comunismo, y quienes estaban tratando de poner fin a estos nefastos acontecimientos eran enviados al exilio, cuando estaban llevándose a cabo las más escandalosas deportaciones en todos los rincones del país (todo en aras de la civilización y la modernización) y cuando el nihilismo era la magia más extendida, Bediüzzaman nos recordó nuestras cárceles interiores, las diversas auto-represiones de nuestras almas, los asesinatos y exilios que cometemos contra nosotros mismos. Suscitó virtudes en nuestro espíritu y en nuestra conciencia que llevaban mucho tiempo inactivas. Apagó la sed de nuestros corazones con un conocimiento sublime. Mostró nuestras capacidades internas para acceder al otro mundo y vertió sobre nosotros toda la riqueza de nuestras escuelas y de nuestras logias sufíes (takka, zaviya, maktab, madrasa).
En un momento nefasto, cuando la nación estaba sufriendo un árido intelectualismo, cuando todos los problemas sociales desembocaron en el caos, cuando la gente tuvo que enfrentarse a cientos de eventos escalofriantes a lo largo de todo el país y cuando los valores islámicos y nacionales habían sido destruidos, Bediüzzaman analizó las causas y propuso soluciones como un médico prudente. Observó cómo las desgraciadas generaciones se hundían profundamente en los pantanos de la incredulidad, la desviación y las dudas, mientras se esforzaban por salir, sintiendo en el fondo de su conciencia la gravedad de aquella imagen sombría que se desplegada ante él. Su vida, sin embargo, rezumaba entusiasmo. Reflexionaba continuamente, produciendo ideas alternativas y presentándolas al gobierno y a la sociedad. Luchó para hacer recordar a esta gloriosa y desafortunada nación el vasto legado de su pasado.
Bediüzzaman recorrió muchas provincias del país, en la época en que la Devlet-i Aliye (los Otomanos) aún estaba en pie, visitando todas las zonas residenciales, desde las más grandes ciudades hasta las más remotas aldeas, desde las zonas más pobladas a pueblos casi desiertos. Se horrorizó al ver que, en cada lugar en el que se detenía, prevalecía la ignorancia. Las masas sufrían una extrema pobreza, y nuestro pueblo se obstaculizaba y perjudicaba a sí mismo debido a una serie de conflictos. Fue uno de los principales líderes intelectuales que interpretaron su época con el más alto nivel de comprensión, y quiso inspirar a las desesperadas y miserables masas un espíritu de aprendizaje y conocimiento. Señaló las causas de la pobreza y de los problemas económicos de su tiempo, buscó soluciones a las disensiones de la sociedad, proclamó continuamente la unidad y la existencia colectiva, sin abandonar nunca al país a su propio destino, incluso en los momentos más caóticos: «Si toda esta maraña de problemas no son atendidos y las heridas no son tratadas por manos competentes y especializadas, nuestras enfermedades se convertirán en crónicas y las heridas se gangrenarán. Es evidente que debemos identificar nuestros problemas en relación con nuestra formación, nuestra realidad social y nuestra administración. Hemos de comenzar a resolver nuestros problemas, ya sean materiales o espirituales, aprender a protegernos de los graves peligros que nos acechan y que pueden destruir nuestra existencia, sacudir nuestros cimientos y precipitarnos en abismos de muerte».
Bediüzzaman analizó los tres factores principales que se hallan en la base de todos los problemas de entonces y que aún siguen estándolo en la actualidad: la ignorancia, la pobreza y la desunión social. La ignorancia, en el sentido de indiferencia hacia Dios y el Profeta, de falta de interés en la religión y en la dinámica histórica, es el principal problema que padecemos. Bediüzzaman dedicó su vida a luchar contra este virus mortal. En su opinión, la esperanza de salvación de nuestra nación será vana a menos que se prevenga la aparición de ideologías falsas y desviadas y la sociedad se ilumine mediante el aprendizaje, el conocimiento y la reflexión sistemática. Debido a esta ignorancia, el Corán y el universo han sido separados el uno del otro; convirtiéndose el primero en un huérfano en los calabozos de la fantasía de almas fanáticas, que desconocen los secretos de la existencia, las creaciones y los fenómenos, mientras que el segundo solo se percibe como caos a los ojos de los ignorantes materialistas, totalmente ciegos ante el reino de lo espiritual.
Hoy en día, la ignorancia se erige como la razón más importante que hace que esta bendita parte del mundo esté tan afectada por la miseria y la pobreza, a pesar de tener las más productivas vegas y campos, y de estar surcada por ríos. A pesar de todo ello, sus habitantes son poco más que mendigos esperando en la puerta.
En ese sentido, resulta también interesante el contraste entre nuestra decadencia, casi totalmente doblegados bajo formidables deudas extranjeras, y el hecho de poseer ricas minas en nuestro subsuelo. Un sinnúmero de bienes obtenidos de nuestras tierras están siendo devorados por las arcas de otros.
Asimismo, debido a la ignorancia y a la pobreza, los trabajadores y los agricultores trabajan día y noche, agotados por el incesante trabajo, sin una compensación plena a cambio de sus esfuerzos y sin ganar salarios que puedan aportarles abundancia. Nunca pueden ser felices, y se les puede ver deteriorándose día a día, paso a paso.
La ignorancia y la desunión social que acarrea impedir a las sociedades emprender acciones contra los desastres, el exilio, la opresión, la humillación, la miseria, las diversas adicciones y las calamidades que se sufren en nuestras tierras, el incesante derramamiento de sangre, y una interminable sucesión de violaciones de los derechos humanos. El mundo entero está inconscientemente a la deriva, de un lado a otro, atrapado en la telaraña del desequilibrio. A la vista de todo esto, no somos capaces de librarnos de la desunión, ni de poner fin a esta catástrofe y a esta angustia. No podemos proporcionar al mundo islámico ningún remedio para sus males. No hay cura que nos impida caer por otro precipicio, cada cual más terrible que al anterior, a medida que pasan los días. No podemos inspirarnos con el espíritu de la unidad, desafiando así a la época en que vivimos.
Hemos sido sumidos en el dolor debido a las circunstancias mencionadas. Mientras tanto, algunos de nosotros han sido abrumados, nuestros ojos deslumbrados, con la visión borrosa, y nuestras cabezas aturdidas por el ostentoso progreso material de Occidente. En vez de alcanzar riqueza material y espiritual aplicando sus mentes a las ciencias positivas y sus corazones a las verdades religiosas, esta gente hechizada ha elegido comportarse como si careciese totalmente de alma y estuviese desarraigada. Llevaron a cabo nuestra peor dinámica nacional y religiosa y privaron a las masas de su moral, su virtud y de su conciencia histórica, alejándolas de su propio carácter nacional a través de la imitación ciega. Aunque el objetivo fuese salvar a la sociedad, la imitación ciega ha demostrado ser muy lesiva y haber provocado daños irreparables en el espíritu de la sociedad.
Nuestra sociedad ha sufrido la asfixiante pesadilla de la ignorancia y de la desunión durante años, a la vez que hemos sido separados de nuestra identidad nacional, y hemos perdido nuestras virtudes, nuestra nobleza espiritual y el activismo global.
Bediüzzaman resistió con firmeza todos los malos tratos sufridos por la sociedad, así como otros problemas nacionales. Evaluó con perspicacia nuestras enfermedades seculares, diagnosticó el mal y prescribió los remedios, dedicando toda su vida a la curación, hasta el día en que dejó de estar entre nosotros, en Urfa. Siempre fue sincero de palabra y acción y valiente en la expresión de sus pensamientos.
No resulta fácil introducir nuevos pensamientos e ideas en la mente colectiva de una sociedad. Es igualmente difícil erradicar ideas, concepciones y tradiciones muy arraigadas, ya sean correctas o incorrectas. Las masas han estado bajo la influencia de tales residuos del pasado, ya sean útiles o no. Las vidas individuales o colectivas se han conformado en consecuencia, rechazando todo que no se ajusta a aquello a lo que estamos acostumbrados, o aquello que no sintoniza con los sentimientos comunitarios. Estos sentimientos o preconcepciones no siempre son los más adecuados. Teniendo en cuenta el hecho de que los prejuicios colectivos suelen estar, en su mayor parte, bastante arraigados, por haber sido vividos y aceptados durante mucho tiempo, la sociedad ha de ser liberada de ellos, colocando en su lugar aquello que le resulte más conveniente.
Bediüzzaman vivió siempre con esos pensamientos desde una edad muy temprana. Consideraba una deslealtad hacia su país y hacia su pueblo el ocultar hasta la más ínfima verdad en estos asuntos. Se situó en la entrada de un camino y gritó «éste es un callejón sin salida» cuando comprendió que las malas políticas ponían en peligro el destino de la nación. Su naturaleza le hacía agitarse cuando se daba cuenta de que aquellas injusticias contradecían los valores religiosos. Era un hombre de visión amplia. Un hombre con un esfuerzo casi similar al que llevaron a cabo los más grandes profetas. Este héroe de corazón de león nunca fue capaz de cerrar sus ojos ante la devastación de toda una nación. Al poner de manifiesto todas las deficiencias y los factores que propiciaron nuestra caída, llevándonos hasta los niveles más bajos y a los puntos más insospechados, ayudó a la sociedad a cuestionarse a sí misma. Nos recordó con insistencia las razones de nuestro declive y nos brindó soluciones. Expresó las verdades más dolorosas, sin duda alguna. Se enfrentó a los falsos prejuicios, a los pensamientos corruptos, a la incredulidad y al ateísmo. A lo largo de toda su vida se aplicó a resistir los obstáculos que impedían madurar a los discursos de la verdad.
En los momentos más atroces, cuando ya nadie se atrevía a pronunciar una palabra acerca de las verdades religiosas, alertó a la sociedad del peligro de la falsa ilusión. Le hizo la guerra a la ignorancia, a la pobreza y a la desunión, y sacudió los cimientos de muchas de las ansiedades de una sociedad hechizada. Estableció un frente contra el ateísmo, contra la herejía asfixiante y la superstición. Un proverbio árabe dice que «herrar es la solución final». Su excepcional iniciativa civil llevó a cabo un análisis perfecto, colocando el hierro candente sobre nuestra secular autocomplacencia. Sus palabras resonaron en el alma de todos, desde los monarcas a los caciques del Oriente, desde los jeques hasta el personal militar. Aunque, por naturaleza, no le gustaba ser venerado, sus hechos fueron «por su propia naturaleza» considerados fascinantes por todas las capas de la sociedad.
El constante yihad consistía, según nos advirtió, en tratar de sacudirnos el yugo y las cadenas que aprisionaban nuestros pensamientos y nuestras almas. Alentó a las jóvenes generaciones con las buenas nuevas de una resurrección, y las guió por los caminos que conducen al pensamiento islámico. Le preocupaba el hecho de que el país se fragmentase pero, aún más que eso, le preocupaban la estrechez mental, la discapacidad espiritual, la imitación ciega y el ir conformándose al modelo occidental, ya que éstas podían conducir a la nación a todo tipo de catástrofes.
Siempre aludía «al conocimiento, a la actividad intelectual y al trabajo duro», y trató de trabajar para una sociedad perfecta y fluida, tratando de salvar a las personas de la soledad. Creía que, para lograr dicho ideal, la clave era «educación» —una educación en todas partes y en todo momento— una movilización educativa en la que, a su juicio, todos, las mezquitas, las escuelas, los cuarteles, las calles, los parques infantiles e incluso las cárceles, todos debían participar. Esto era algo más que necesario, ya que con la única ayuda de la educación podemos lograr una unidad aglutinando a las mentes en torno a un objetivo común. La convivencia de mentes que no están en paz unas con otras no puede durar mucho tiempo. Es una condición previa que las conciencias se unan en primer lugar, haciendo que los corazones y las manos las sigan después. Este tipo de unidad sólo es posible cuando vivimos nuestras vidas de acuerdo a las disciplinas religiosas, exponiéndolas de la mejor manera posible a las mentes contemporáneas, con pleno respeto al Libro, a la Sunna y a las interpretaciones puras de los seguidores (salaf al-salihin).
Nuestra sociedad tenía que ingresar en la era moderna y al mismo tiempo tenía también que reconciliarse con su propio sentido y sus inspiraciones peculiares. No podíamos, en ningún caso, mantenernos al margen, dentro de nuestra pequeña concha, mientras el resto del mundo progresaba rápidamente. Para vivir el momento, la fuerza de voluntad y el esfuerzo han de estar en armonía con los desbordantes saltos del agua de la vida. Resistir desesperadamente esa abrumadora corriente acaba inevitablemente en la destrucción.
Si sólo unos pocos cientos de intelectuales hubiesen asumido los mensajes de Bediüzzaman cuando éste los expuso, sin aliento, a todo el país, tal vez nos hubiésemos convertido en una de las naciones más prósperas y civilizadas del mundo contemporáneo, lo suficientemente fuerte como para superar todos los obstáculos venideros y, tal vez, hubiésemos propuesto este iluminado camino a finales del siglo XX, este camino esclarecedor del cual parece ser que estamos dando los primeros pasos ahora, y quizás no habríamos tenido que sufrir tantos problemas como hemos padecido. Todavía tenemos esperanzas, y me gustaría reunir a aquellos que dicen que nuestra sociedad está completamente separada de sus raíces espirituales debido a la indolencia y a la negligencia. No podemos negar que nuestra sociedad ha caído, como lo han hecho tantas otras. Sin embargo, esto no significa que no poda mos recuperarnos. La tendencia a la comodidad se está transformando en vigilancia, y nuestras almas, que una vez fueron sacudidas con pensamientos haram, reviven ahora con frescura. Alegres días como de primavera seguirán seguramente a estos progresos. Bediüzzaman es una buena referencia para muchos de los héroes, como Jidr que convertirá nuestras colinas en verdes jardines de adoración y como Elías[4], que habrá de venir y zarpará hacia los vastos océanos.
«El genio no elige». Es decir, un genio no piensa que vaya a hacer o no ciertas cosas, ni que hacer algo sea útil o perjudicial. El genio es una maravilla de la creación que, como una fuente de energía, ha reunido todo tipo de fuerzas para satisfacer las necesidades más complejas, externas, espirituales, esotéricas o sociales de su sociedad, el genio está dotado de talento divino, de empuje espiritual y de anhelo. Los conocedores de su vida y su obra pueden reconocer todas las cualidades del genio en Bediüzzaman. Siempre mantuvo un excelente nivel, incluso en sus primeras obras, en las que ya se dejaban ver los primeros signos de su excepcional sabiduría y, sin duda alguna, en sus últimas obras, que fueron los frutos de una vida angustiosa, repleta de juicios, de prisión y de exilio.
[1] La Redada de Babiali (1913): La incursión armada llevada a cabo por el Comité de Ittihad ve Terakki en la Oficina Central del Imperio Otomano con el fin de tomar el poder.
[2] La guerra para salvar al país de la invasión de los Aliados después de la Primera Guerra Mundial (de 1919 a 1922).
[3] Jidr (la paz sea con él) es una persona bendita cuyo nombre es mencionado en los comentarios coránicos y en los hadices (Bujari, Tafsir, 249). Jidr (o Jadir), literalmente significa «verde» o un lugar con abundante vegetación verde. Según un hadiz, Jidr fue llamado así porque se sentó sobre una tierra árida y blanca y ésta se tornó verde de vegetación después (de sentarse en ella) (Bujari, Anbiya, 29). También ha sido transmitido que, dado que Jidr bebió de una fuente del Paraíso, cada lugar sobre el que pisa se vuelve verde (Makdisi, III, 78).
[4] Uno de los profetas, cuyo nombre se menciona en el Corán (37:123-130), Elijah (o Elías), la paz sea con él, vivió en el siglo IX antes de Cristo y revivió la fe y la ley de Moisés entre el pueblo de Israel. Se ha transmitido que fue elevado a un nivel diferente de vida y que se reúne con Jidr cada temporada de peregrinación (véase Nursi, Las Cartas, La Primera Carta).
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