Del Caos al Orden - I
Durante varios siglos, y respecto a nuestra comprensión de la moral, la virtud, la ciencia y el conocimiento, nuestra sociedad ha tenido la apariencia de un naufragio. Ha estado buscando un sistema alternativo de orden y pensamiento en la educación, el arte y la moralidad. De hecho, necesitamos mentes geniales con voluntades de hierro que sean capaces de portar el título de vicerregentes de Dios en la Tierra, y que sean capaces de intervenir en los acontecimientos y desafíen al espíritu huérfano y al pensamiento débil, que den importancia a la conciencia de la responsabilidad, a los valores humanos, al conocimiento, a la moral, a la verdadera contemplación, a la virtud y al arte, en un sentido amplio. Necesitamos mentes refinadas y voluntades de hierro que abarquen e interpreten la creación en su totalidad y profundidad, y a la humanidad en toda su inmensidad temporal y espiritual.
Los recientes vientos de cambio y transformación en el mundo han arrancado la máscara a muchos y han revelado su verdadera identidad. También han levantado momentáneamente el velo que cubría nuestros ojos, por lo que la verdadera esencia de todos y todo se ha vuelto ahora más clara para nosotros. Hoy por hoy, podemos observar los acontecimientos que tienen lugar a nuestro alrededor con más claridad y podemos extraer de ellos conclusiones más fiables. Por consiguiente, hemos deducido y nos hemos dado cuenta de que no es sólo nuestra apariencia externa y nuestra vestimenta, nuestra forma de pensar y nuestra filosofía de vida, lo que estaba condenado al extrañamiento, al abandono y al olvido, sino también nuestra cultura nacional, nuestra conciencia histórica, nuestro sistema moral, el concepto e interpretación de la virtud, la comprensión del arte y las raíces de la esencia espiritual. Nada de esto escapó a la erosión. De hecho, estos aspec tos sufrieron más, si cabe. Todos nuestros vínculos espirituales fueron rotos, las fuentes de la virtud se secaron y, en su lugar, acantilados y abismos intransitables se abrieron entre nosotros y nuestro pasado.
En esta tierra nuestra, tan bendita, hemos vivido épocas en que los intelectuales fueron silenciados; la fuente de nuestro pensamiento sellada; aquellos que encarnaban la fuerza y la autoridad ahondaron en la desviación y la degeneración; así, las pobres y desgraciadas generaciones estaban siempre atrapadas «en los sentimientos más carentes de vida, de esperanza y de luz, dentro de un caos lastimero, como si estuviesen muertos».
En este «rojo» período, en el que todo estaba anegado por el espeso polvo y el humo de la desesperación, los ojos derramaban lágrimas de impotencia, los corazones suspiraban al contemplar los rostros de aquellos que desconocen la vergüenza, expresando sus sentimientos con una voz que surgía de su ser más profundo, lamentándose: «¿Qué más se podía esperar de aquellos extraviados que se dirigieron hacia el ateísmo; de aquella gente irreflexiva, que alababan y aplaudían a todos y a todo; de las víctimas de sus inmundas conciencias, acostumbradas a ceder ante ese poder?» Sin embargo, ni uno solo de todos aquellos valores que se estremecieron y sucumbieron, que perecieron y desaparecieron, ha sido reemplazado. Y ahora, siendo testigo de la inquietud, del desconcierto que hemos comenzado a sentir recientemente en todos nuestros corazones, incluso en lo profundo de los corazones de los presuntos realistas, que no conocen más que la búsqueda de su propio placer, ha quedado totalmente claro que nada se ha construido o creado en el lugar de lo que se demolió, de lo que pereció y desapareció; los valores de la sociedad han sido contrariados.
Ahora, déjenme preguntarles seriamente; ¿cómo y de qué manera podemos superar hoy esta miseria moral, que ha convertido la vida en una carga y en un enigma, y cómo deberíamos superar hoy una crisis que se desenvuelve cada vez con más fuerza en lo más profundo de nosotros mismos a medida que pasan los días? ¿Cómo podemos afrontar, superar y salir por nosotros mismos de las crisis individuales, familiares y sociales? ¿Cómo podemos caminar con confianza hacia el futuro? ¿Con unas pocas fantasías e ideologías importadas? ¿O con el razonamiento limitado de esta época que trata de construirlo todo? ¡No! Ni esos ilegítimos pensamientos e ideologías ni esa lógica oscura son capaces de elevarse con una carga tan pesada.
Todos los esfuerzos para reformar nuestro mundo siguen siendo un mero artificio. Nunca han seguido con éxito un objetivo ni han alcanzado meta alguna. Los que están arriba, brocha en mano, asumen que es una habilidad o que es, incluso revolucionario, embadurnar de pintura las heridas que aparecían en el cuerpo nacional y social; pero estaban ciegos ante la hemorragia interna de los principales vasos sanguíneos de los órganos vitales y ante las complicaciones causadas por dichas hemorragias. Desde comienzos del siglo, con excepción de algunos éxitos de ámbito privado y de los logros de los héroes de nuestra Guerra de Independencia, todo ha continuado de ese modo. Es más, ni siquiera se puede afirmar que los benditos esfuerzos de nuestros héroes hayan continuado con la pureza y la fuerza que mostraron en su comienzo. Hoy en día no es imposible, pero resulta muy difícil hablar de unidad e imaginar un crecimiento y una renovación semejantes.
A pesar de que los diferentes grupos se han separado y distanciado más entre sí, no reconocen claramente las diferencias sustanciales que hay entre ellos con respecto a sus vidas intelectuales, su espíritu y su esencia. Se han alienado entre sí de modo extraordinario, comportándose como bestias que se atacan mutuamente. Esto ha llegado al extremo de que, si uno de ellos dice que algo es negro, el otro le contradice y afirma que es blanco; si uno propone una idea, el otro se opone a ella y la refuta; uno considera que las ideas alternativas de los otros son traidoras; y considera la firmeza del otro como intolerancia y fanatismo. Aparte de todas estas contrariedades, imagínense las dimensiones de esta lucha, o más bien, de esta pelea donde no hay criterios comunes reconocidos por todos. Prueben ahora a descubrir de qué lado se encuentra la verdad.
Por eso, más que cualquier otra cosa, hoy en día necesitamos una forma de pensar que no sea engañosa, y criterios que no nos induzcan a error en el camino que nos lleva a la verdad y a la virtud. Si bien nuestra conciencia y nuestros valores morales y éticos pudieron, en su día, ser considerados como una fuente de luz suficiente como para resolver muchos problemas, lamentablemente ahora esa conciencia ha sido herida y esos valores morales se encuentran dispersos y confusos. Esas importantes dinámicas han sido desarraigadas y, como antiguas fuentes de museo, sus surtidores y manantiales se han secado. En palabras de M. Akif Ersoy:
«Lo que eleva la moral no es ni el conocimiento ni la conciencia.
El temor de Dios es la verdadera fuente de toda virtud y excelencia».
Si se añade a todo esto el hecho de que la fuerza de voluntad ha disminuido hasta el límite, que el razonamiento se ha vuelto claramente desvergonzado, y que los sentimientos humanos son malos y feroces como demonios, la profundidad y la inmensidad de la pesadilla que hemos experimentando se hará evidente por sí misma.
Por tanto, es esencial empezar por revisar una vez más todos los fundamentos de nuestro razonamiento, encontrar el hilo del pensamiento lógico, entregar nuestra fuerza de voluntad a aquello que le corresponde y formar generaciones decididas. Como vivimos en un universo establecido por causas, no podemos hacer caso omiso de ellas. Ignorar las causas en un mundo de causas no es sino un absoluto determinismo y una desviación. Llegar a ser responsables no implica que ignoremos las causas, sino más bien hace que nuestra observación del principio causal (tanasub alilliyat) sea un requisito indispensable.
A partir de este punto, si no analizamos con seriedad los fundamentos de esos nocivos pensamientos, ideologías y movimientos concretos, y si no se toman las medidas necesarias en contra de ellos, seguiremos viviendo la misma miserable moral, los mismos desastres sociales e idénticas desviaciones y corrupciones, cada uno en sus respectivas escalas y dimensiones. No tiene ningún mérito que reconozcamos las consecuencias de un desastre cuando éste ya ha tenido lugar. Lo meritorio es prever y predecir qué causas y qué factores producen un determinado efecto. Es incluso difícil hallar algo de esa sabiduría en nuestra historia reciente, no podemos decir que hayamos aplicado en ningún momento nuestra fuerza de voluntad en aquello que le corresponde. Muy al contrario, durante ese período de penumbra nuestra gente sospechaba de sus propios pensamientos, de su voluntad y resolución y, por lo tanto, siempre buscó alguna fuerza o voluntad superior y extraordinaria para que les gobernase. Por otra parte, por medio del pensamiento de tal o cual «erudito», «científico», «país» o «estado», se inculcó la falta de carácter en la pura e inocente conciencia de nuestro pueblo, con lo que su resolución y perseverancia fueron aprisionadas. Con el tiempo, el dominio y el gobierno de estas personas sobre nuestros pensamientos y nuestros actos causó una serie de desviaciones de la personalidad, trastornos, perversiones del razonamiento, distorsiones y contradicciones en nuestro pensar y en nuestra aceptación de ideas e interpretaciones. Esto acarreó algunas deformaciones terribles en aquellos que se rindieron sin condiciones a tales personas y modos de pensar. Sin embargo, sólo la Voluntad Divina debe ser creída y aceptada sin inspección ni crítica.
Descartes dijo: «El pensamiento que no es libre no puede ser considerado pensamiento». ¿Es que ni siquiera vamos a poder pensar como Descartes para salvarnos de la escolástica de hoy, ya podrida y obsoleta en muchos aspectos? Por desgracia, parece no...
En los próximos años, las generaciones que puedan contemplar los brillantes horizontes de esta vida y de la próxima, revisarán los pensamientos, fórmulas y sistemas que nos fueron impuestos y que se conformaron en nuestro interior. Purificarán la sociedad de elementos y temas alienantes y sucios, conectándola con sus propias raíces espirituales, para que pueda proteger y preservar su esencia y su carácter y pueda recorrer su propio camino hacia el futuro. Entonces, mientras camina, seguirá siendo tan íntima con el mundo que será capaz de leer y estudiar el pasado, junto con el presente, uno dentro del otro, por lo que no se limitará a descartar el pasado por ser antiguo y a aceptar ciegamente aquello que considera nuevo y reciente. La característica más evidente de esta ilustrada generación será conocer todo lo relacionado con el pasado y el presente, darse cuenta de que lo que comúnmente se presuponía conocer no es, en absoluto, aquello que sabemos que es verdadero, y, de una manera u otra, tratará de entender la verdad en armonía con los resultados de los laboratorios, tamizando todo a través del filtro de la mente, de la lógica y la razón y prestando atención a los flujos de inspiración.
Para lograr esta mejora y este cambio, resulta de vital importancia conocer nuestro pasado más cercano, sus héroes y personajes históricos, su papel en la formación de nuestra historia, quiénes fueron los personajes más influyentes y cuáles fueron sus circunstancias, sus motivaciones y razones más destacadas. Quiénes son las personas que han revivido recientemente el amor y el entusiasmo de nuestro pueblo. Quién compuso y puso en práctica las obras que reflejan nuestras bellezas nacionales, sociales y espirituales. Una vez que sepamos todo eso, creo que podremos comprender mejor aquello que tenemos que prever y cómo presentar nuestros planes para el futuro con claridad. Así, podremos alcanzar la felicidad de caminar tras las huellas de los héroes que mantuvieron sanos y salvos en sus corazones su pensamiento, su causa, su amor y su moral tolerante.
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