Fe: Una Perspectiva Concreta
La palabra «fe», en árabe «iman», considerada tanto en el ámbito descriptivo como desde el punto de vista de la ciencia y la epistemología, procede de la raíz «emn ü eman» que significa estar a salvo de temores, creer, prometer, confiar, garantizar la protección de los demás. Es una palabra que tiene el significado de estar a salvo y ser decidido. Creer en Dios, confirmar Su existencia confesándolo en la conciencia y proclamándolo desde el corazón, son algunos de los significados que, desde el punto de vista de la tradición lingüística, se atribuyen a esta palabra.
A la persona que tiene fe en Dios se la llama «mumin». El «mumin» es el testigo y el representante por excelencia de todas las características que hemos mencionado antes; y aquí también podríamos abordar el tema de la relación entre las acciones y la fe, y si aquellas están incluidas en la descripción de la fe pero, de momento, no vamos a entrar en estas cuestiones. Los «mumin» son héroes del testimonio, de la proclamación y de la representación con su sentido común, su capacidad de ver y percibir, con sus intelectos puros que han sido iluminados con revelaciones, con su comprensión vasta y objetiva, su meticulosidad y sensibilidad en las cuestiones de responsabilidad, con su determinación y arrojo ante el mal, con su búsqueda de la grandeza a lo largo de sus vidas y con la salvaguarda de estos elevados ideales, con la capacidad de mantener vivos sus sentimientos, la conciencia y la voluntad, con la curiosidad que lleva a penetrar en el significado esencial de las cosas, con su profunda comprensión a la hora de interpretar los fenómenos, con su creer y confiar en Dios y en ser reconocidos entre la gente como personas en quienes se puede confiar, con su testimonio de la existencia del Justo y su capacidad de ser fieles a Dios, con su cualidad de ser conocidos como gente a la que se puede confiar cualquier cosa y de ser recordados como gente en la que se puede creer y a la que uno puede dirigirse en cualquier momento, y ser recordados de esta manera y ser aceptados por todos como tales, y ser el medio para el recuerdo de Dios y ser también considerados gente que dirige hacia Él a los que están a su alrededor. Son los héroes del testimonio, la proclamación y la representación en el sentido más puro de la palabra.
Pero incluso aunque los creyentes no sean héroes de la fe y del Islam en un mismo grado, la importancia que el sentimiento de la creencia tiene para cada individuo es una realidad evidente. Para empezar, y en lo que respecta a la creación, este sentimiento contiene uno de los valores más elevados en la naturaleza de la humanidad. Y aunque los que no creen intenten sentirse realizados, satisfechos o, más exactamente, traten de encontrar una diversión, lo que realmente sienten es una sensación de vacío. Para ellos el tiempo y el espacio son un vacío en el que hoy y mañana son siempre idénticos. Estas gentes sienten ese vacío en lo más profundo de sus almas y expresan de la siguiente manera los sentimientos sofocantes que se convierten en desvaríos sin sentido:
Todo es vacuidad; la tierra es un vacío,
Los cielos son un vacío, el corazón, la consciencia son un vacío;
Quiero aferrarme a algo, pero no veo nada donde hacerlo.
Tevfik Fikret
Y un alma creyente, cuando expresa la helada naturaleza que implica la negación de la verdad y todo intento de cubrirla y, al mismo tiempo, proclama la paz que promete la fe, dice con toda sencillez:
Un corazón oxidado que no tiene fe es una carga para el pecho.
Akif
Por otra parte, un incondicional del corazón que esté decidido a disolver la corrosión de esos corazones oxidados, dirá: «El auténtico placer, el disfrute sin dolor alguno, la felicidad a la que no empaña la tristeza, solo es posible en el reino de la fe y de sus verdades»; en consecuencia, «los que quieran disfrutar de los placeres de la vida tienen que despertarla con la fe, adornarla con las acciones que Dios ha prescrito para la humanidad y protegerla evitando aquellas que ha prohibido realizar», ya que «cuando alguien logra dirigirse hacia el camino de la vida eterna, por miserable y problemática que haya sido la suya, si considera que este mundo es la sala de espera del Cielo, lo aceptará todo con contentamiento y será agradecido» (parafraseado de Bediüzzaman Said Nursi). Este tipo de personas iluminarán nuestro horizonte con sus palabras curativas y harán que nuestros corazones sientan la magia de la fe.
En lo que respecta a su contenido y a su esencia, la fe es una fruta que ha sido recolectada en el reino de la vida y luego regalada a nuestras almas; es el río celestial del Kauzar del que se ha obligado a beber a nuestros corazones, la fe es un significado absorbido por los labios de nuestros corazones, un monumento de luz divina en nuestros corazones que ha sido moldeado con la regla y el compás del significado, del sentimiento, de la conciencia y la comprensión. Los héroes de la fe que reparan y restauran sus corazones y sus sentimientos con la fe y el entendimiento, ya han descubierto el secreto de transformar su mundo mental en los mismísimos cielos; han iniciado el camino de la felicidad eterna y se han librado de las otras tareas. Y dado que «en la fe siempre existe un cielo espiritual y en la blasfemia y los pecados un infierno espiritual… lo que ocurre es que, lo mismo que la fe contiene la semilla espiritual del Árbol del Cielo, la blasfemia alberga la semilla espiritual del Infierno» (parafraseado de Bediüzzaman).
Lo cierto es que si un alma tiene alas gracias a la fe, no merodeará ante ninguna otra puerta ni se rebajará tanto como para mendigar en otra; una persona con esta clase de alma no inclina su cabeza ante nadie; actúa con valentía ante todo lo que se le presenta y hasta el nivel de fortaleza que tenga su fe. «La fe es luz y poder. Los que logran la verdadera fe pueden retar al universo y, en proporción directa con la fuerza de su fe, verse aliviados de la presión de los acontecimientos».[1] Y esto es así porque «la fe lleva a proclamar la unicidad de Dios, este testimonio lleva a la sumisión, la sumisión lleva a ponerse en manos de Dios y esto lleva a la felicidad aquí y en la Otra Vida». Estos monumentos a la fe utilizan su corazón como si fuese una escalera de caracol que conduce a los reinos que están más allá de los cielos; y una vez conseguido esto, agitan sus alas en dirección a las alturas angélicas donde se reúnen los ángeles y los espíritus.[2] En ciertas ocasiones los ángeles y los espíritus susurran cosas en los oídos de estas personas, y en otros momentos éstas regalan a los espíritus guirnaldas de comprensión y se convierten en gente distinguida en ese ámbito espiritual. Y si estas personas han sido capaces de profundizar su fe con el estudio y la han adornado con sabores espirituales, es entonces cuando empiezan a volar hacia esos horizontes que hasta los mismos ángeles anhelan; están siempre buscando los objetivos que aprobaría su Señor… y están en el Cielo en compañía de aquellos que lo han merecido al tiempo que sueñan con un «Cielo más elevado». El destino de los que tienen fe es adquirir una valía lo suficientemente grande como para, gracias a la luz de la fe, ser llevados al Cielo más elevado y ser merecedores del mismo; el final desafortunado del blasfemo es descender al nivel de la oscura negación y convertirse en parte de la gente del Infierno; esto último es todo un tópico cuyo análisis necesitaría demasiadas páginas como para ser incluido en este texto.
Los que pueden ver a la gente de la fe y sus profundidades concretas, recuerdan a Dios gracias a ellos. Los que sienten su aliento experimentan la vida como si hubieran sido visitados por el Mesías, y los que oyen las voces que proceden de sus corazones quedan embriagados con el vino de las palabras, como si disfrutasen de la compañía del Sultán de la Elocuencia. La verdad es que el alma que se ha revestido con el ropaje de la fe y con lo que ésta promete, ya no necesita nada más. Al ser elevada hacia Dios, esa persona es poderosa en la debilidad por la voluntad de Dios, rica en su pobreza con Su riqueza y uno de los grandes a pesar de su pequeñez. Esto se debe al hecho de que este tipo de gente depende de la voluntad eterna de su Maestro cuando sus poderes de elección y su voluntad no son suficientes. Confían en Su voluntad en las cuestiones que sobrepasan sus capacidades; cuando las cosas de esta vida les agitan, ellos se refugian en los huertos y jardines de la vida eterna. Cuando la ansiedad de la muerte empaña su horizonte se arrojan al clima límpido de la vida eterna. Si se enfrentan a cuestiones que su entendimiento y su intelecto no pueden resolver, recurren al resplandeciente clima del Corán que tiene la solución final. Nunca experimentan desesperación alguna, nunca se sienten vacíos; nunca llegan a estar cara a cara ante la oscuridad eterna. Sus vidas y sus experiencias son como una melodía llena de deleite y vuelven su rostro hacia el Creador llenos de agradecimiento, como si fuesen mazorcas de maíz repletas de grano.
La gente que tiene fe no depende solo de su propia coherencia o de sus estados personales; este tipo de personas se abren a los demás con una determinación similar a la de los profetas, abrazándolos a todos y vinculando sus vidas a la felicidad, tanto a la terrenal como a la ulterior, de los demás hasta el punto de olvidarse de sí mismos y vivir como amigos del Profeta; esparcen luz a su alrededor con una luz interna que es similar a la de una vela; y a veces siguen caminos que pueden ser contrarios a su provecho personal… esta gente busca siempre los lugares oscuros, como la noche misma. Luchan contra la oscuridad y la opresión ardiendo continuamente; y al arder sienten el dolor en su interior; y a pesar de que sus cabezas se inclinan, ni el resplandor continuo de la llama ni la expiración gradual de la misma les impide iluminar a los demás.
Los devotos de la fe, aquellos que han conseguido izar sus banderas en la entrada del camino a la fe, recorren el mundo con un solo paso. Llegan a los cielos, mantienen conversaciones con las estrellas… están en contacto con el sol… son amigos de la luna… y recorren enormes distancias en su camino hacia el «Amigo Altísimo». Cuando caminan, sus rostros miran siempre al suelo llevados de la humildad, y su aliento también es el de la humildad. Es como si se hubiesen puesto plumas de las alas de los ángeles con las que se remontan a alturas inconcebibles; pero ni el vértigo de tales alturas ni el hecho de estar al mismo nivel que los espirituales confunden sus pensamientos; los más puros de los puros. Sus cabezas descansan sobre sus pechos con los sentimientos del profeta Adán, con un suspiro interminable de esperanza en sus labios que son como la rosa roja del matiz más intenso. Y cuando se vuelven hacia el Justo, brillan con colores variados, como si estuviesen mirando hacia el sol; cuando sienten Su majestad transpiran como hojas cargadas de rocío en la mañana. Es como si oyesen el sonido de «Sur»[3], la fanfarria del Día del Juicio Final.
Los que observan a esta gente encuentran una ventana desde la que contemplar al más Misericordioso en todas Sus acciones, volverse hacia la eternidad y transformar sus mundos en nidos de amor. Derraman un sinfín de luces en la noche más oscura, en esas noches en las que se espera el alba en jardines barridos por el otoño. Y regalan ramos de rosas y otras flores a los que se han congregado a su alrededor arrebatados por las emociones en sus pechos.
Hay ocasiones en las que estas personas modelan sus sentimientos con majestad y benevolencia, y otras en las que refrescan con lágrimas sus pechos abrasados; sus lágrimas fluyen como si quisieran hacer el camino más fácil para sus deseos y expectativas, y experimentan la felicidad que se avecina con la fe y la esperanza de que estos anhelos se harán pronto realidad. Están siempre dispuestos a cruzar las distancias, conforme a la grandeza de su fe. Su ritmo es el que marca su propio corazón y dan alas a su razón con las plumas que proceden de su corazón; en un solo paso superan obstáculos que parecían insuperables, aquellos en los que se enredan la razón y el entendimiento terrenales, y llegan a la cima del mundo de los significados.
Los devotos de la verdad siempre están en paz, incluso cuando están rodeados de motivos para la pena y la tristeza. No hay aflicción que les dure mucho tiempo ni tampoco les es frecuente la tristeza perdurable. Gracias a su vínculo con Dios y a su intimidad con Él, les resulta fácil romper las ataduras del pesar; ahogan la tristeza en su propio sufrimiento y si tienen problemas los adornan con una «sobriedad sagrada» al tiempo que contemplan los matices sonrosados de la belleza espiritual sin desasosiego alguno, vinculando la angustia con el placer y el dolor con la gloria que promete la tribulación. Son capaces de transformar los gemidos de dolor en suspiros de alegría e incluso en los momentos de mayor angustia son capaces de recitar a quienes les rodean poemas de felicidad con el lenguaje de sus corazones. Cuando apresan la esencia de este camino y con ello santifican su primera respiración, con la segunda ligan sus corazones a sus mentes y hacen que el intelecto hable con la lengua del corazón; y así logran que sus voces se escuchen en las estrellas más remotas, e incluso más allá, y que los espirituales oigan estas llamadas a la oración, una canción que jamás se había oído. E incluso los creyentes pueden oírla y disfrutarla, siempre y cuando consigan que en sus horizontes no haya mancha de falta ninguna.
[2] Mártires y aquellos que se piensa viven en una dimensión diferente.
[3] El Arcángel Israfil (Rafael) tocará a «Sur», la trompeta del Día de la Resurrección.
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