Nuestras Facultades Innatas y la Educación
En este artículo me gustaría comentar una leyenda; hablar sobre ella es un deber, por lo tanto, resulta difícil expresarla con palabras. No obstante, me pregunto si es posible describir, en el marco de un artículo, este importante movimiento que promueve la resurrección, un movimiento que ha proliferado en todas partes del mundo, que ha germinado y ha producido brotes y semillas. Me temo que no. Mi conocimiento del tema procede únicamente de los vídeos que he podido ver. Mis declaraciones se basan en lo que he oído decir. Los límites de mi pluma son los de mi propia comprensión. Tampoco sé a qué época pertenecen las implicaciones de todos esos acontecimientos. Decidme, pues, qué podría comentarse en estas circunstancias. Todo lo que puedo hacer al describirlo será como aquél que intenta describir las rosas y las flores a partir del cuadro de una rosa o de una flor. Mi tarea parece más un intento de describir el arquetipo único, lo genuino de la forma de cada rosa y cada flor de un jardín tras contemplar el cuadro de una rosa muerta; pero ni la rosaleda ni el jardín de flores pueden describirse así. A pesar de todo, creo que hay que atreverse a hablar en nombre del fenómeno de la época para galvanizar a la gente de las letras y de consciencia. Si algunas de las personas cercanas a Dios sienten una inspiración como resultado de la lectura de este artículo, habré logrado mi objetivo.
Lo cierto es que no importan la expresión ni el estilo de lo que se dice; lo que más nos interesa es contar este importante fenómeno de nuestra época. Hay que contarlo para poder añadir a la historia una nota al pié y mostrar así nuestro respeto hacia esa gente entregada que ha realizado actos tan heroicos. Y si, por otro lado, esta dulce brisa, esta atmósfera tan cálida, este amor y este pensamiento refrescante, además de los afables vientos que se sienten por todo el globo, tuvieran que ser descritos de forma muy breve, sería una falta de respeto con respecto hacia esos nobles rasgos que son la magnanimidad y el altruismo.
Este movimiento es un fenómeno sobre el que debe escribirse y acentuarse su importancia. Unas pocas docenas de personas apasionadas partieron en todas direcciones en nombre de Dios y sin pararse a pensar sobre sus pertenencias, las emociones propias de la separación, ni a pronunciar palabras tales como «territorios extranjeros» o «lugares desconocidos», en una época en la que nadie podía ni tan siquiera adivinar lo que les aguardaba a la vuelta de la esquina. Estaban llenos de determinación, con una intención firme, y eran autosuficientes. Reemplazaron el amor por su patria y su país por el amor a su misión. Fueron conscientes de sus esfuerzos en el nombre de Dios como pocos lo han sido, vivieron como tales y caminaron hacia oriente y hacia occidente diciendo:
Hemos entrado en el camino del amor,
Estamos locamente enamorados.
Nigari[1]
En el período con más colorido de sus vidas, cuando los placeres mundanos y las metas materiales atraen a los jóvenes con una tentación irresistible, y cuando la carnalidad oprime el corazón y la mente de la persona, ellos volaron hacia todos esos lugares con una pasión tal que ponía fin a los deseos y a las inclinaciones; llevaban en sus corazones la excitación de los que se sitúan en primera línea. Este vuelo al extranjero no fue como la partida de unos jóvenes perdidamente enamorados que intentan atrapar a una falsa sirena que ha entrado en sus vidas en un mal momento; ese tipo de jóvenes que persiguen sueños durante toda su vida, que se enamoran locamente, que son extraños a su propia naturaleza e incapaces de alcanzar una meta tan deseada. La misión de estos otros jóvenes procedía del corazón y estaba basada en las emociones, en la conciencia y la determinación; tenían profundidad en lo que a la fe y a la sinceridad se refiere. Podría decirse que era ésta la dinámica más usual de la fe, las condiciones naturales de la ambición divina, los ideales de los devotos, los guías de la Luz Infinita o los esfuerzos de aquellos que se habían abandonado a sí mismos y a sus seres queridos para poder expresarse así. Lo cierto es que ni sus propios defectos fueron un impedimento ni se rindieron ante los obstáculos del camino; se dirigieron a los rincones más remotos del mundo con un amor inquebrantable en sus corazones: obtener el favor de Dios y la ambición de reunirse con Él. Caminaron; los caminos se enorgullecían de ellos, los ángeles les animaban y, como es natural, los demonios golpeaban sus pechos. Caminaron; no tenían caballos ni coches, armas ni municiones. La fuente de su energía era su fe increíble y la excitación de sus corazones que bullían como el magma; en el horizonte divisaban la felicidad del género humano, la aceptación y el contento. Su destino se asemejaba al de los Compañeros y los apóstoles. Poco después del alba consiguieron, gracias a su castidad y a su pureza, una forma de ser comparable a los ángeles. Se convirtieron en tema de leyendas, en aquello que siempre perdura en la memoria. De dondequiera que hubiesen estado trajeron manantiales de luz de la eternidad. Encendieron un fuego; las llamas, las ascuas y el humo eran la felicidad. El hechizo de la tiranía y la oscuridad tuvo que cederles el paso. Los locos incrédulos no pudieron dormir y la oscuridad no cesaba de refunfuñar. Y una vez más, las mentiras, las calumnias y las intrigas se vieron detenidas. Todo ello hizo que los pensamientos groseros y el dogmatismo se convirtiesen en algo intolerablemente arrogante, en algo que pretendía invadir las ideas de los demás y poner trampas a la fe. Y sin embargo, toda aquella oposición fue en vano: la luz brillaba por doquier. La luz que irradiaba desde la eternidad abarcaba el mundo entero. Ahora era el momento y la época de las almas brillantes, a pesar de que la situación tenebrosa todavía predominaba y los horizontes estaban brumosos; pero la magia de la oscuridad y de los pensamientos groseros había sido deshecha.
Ahora tenían el turno de palabra las almas brillantes. La humanidad se descubriría a sí misma gracias a ellas y ocuparía su verdadero lugar en la jerarquía de la creación. Era, en consecuencia, una generación esperada desde hacía mucho tiempo. Conforme se les aguardaba y dondequiera que fuesen, se inclinaban como consecuencia de su reverencia ante Dios y de su respeto por la humanidad, y siempre con la mirada fija en la puerta del Más Benevolente, con docilidad y humildad, a la espera del momento en que se desbordan torrentes de luz y mientras sus cabezas y sus pies tocaban el suelo. No importa cómo evalúe el asunto la gente de nuestros días, ellos eran los hijos del mañana; el futuro brillante alberga sus secretos. Estos individuos afortunados que eran, cada uno a su manera, los apóstoles de la resurrección, llevaban en sus manos las flores de la amistad y en sus labios los versos de la hermandad. Sus lenguas, más afiladas que las mejores espadas, se alimentaban de cascadas coránicas y sus palabras tenían dimensiones divinas. Estas palabras destruían la oscuridad pero no dañaban a persona alguna. Ponían el sonido de los ríos del Paraíso al alcance del oído, pero no hacían que aquel se añorase. Lo cierto es que esta gente no necesitaba manos ni lenguas. Sus rostros eran tan puros que hacían recordar a Dios cada vez que se les contemplaba, eran tan mágicos que las palabras tartamudeaban en la presencia de los significados que emanaban de sus modales y las lenguas enmudecían. Incluso sus sombras llegaban a achicharrar las polillas de la noche; y eso sin tan siquiera mencionar su luz que deslumbraba a todo aquel que se les acercaba. Y nosotros decimos con todo derecho: «En la presencia de las acciones, las lenguas y las palabras no tienen nada que decir. Cuando son los modales los que hablan, ¿es necesario el discurso?». Ellos son los representantes de esta verdad. En la Tierra siempre ha habido una gran cantidad de buenas personas; no obstante, los modales y las palabras de este último grupo son completamente diferentes. No puedo decir que fuesen únicos ni admirables, pero si me preguntasen ¿cómo son? no sería capaz de responder con rapidez. Es probable que dijese: «Parecen ángeles» y luego callase.
Dondequiera que vayan estas almas resplandecientes, convierten los desiertos más áridos en jardines del Edén gracias a la luz que irradian. Grandes cantidades de carbón se han transformado en diamantes. Ha habido entornos hechos de piedra y barro que han ascendido al rango del oro y de la plata. Y ahora todo el mundo habla de ellos esperando los días en los que el amor, la hermandad y la tolerancia que han prometido se realicen finalmente. Y en nuestros días, los únicos que hablan en su contra son aquellos que confunden la luz con la oscuridad y malgastan sus vidas en el reino de la corporeidad. Los murciélagos están agitados. Los lobos y los chacales enseñan los dientes. Los locos no encuentran descanso. Para mí, todo esto es natural y digo: «Cada uno muestra su verdadera naturaleza».
Pase lo que pase, y por mucho que les pese a los que se dedican a apagar las velas, hace ya mucho tiempo que estos hombres han ido iluminando, dondequiera que hayan ido, los corazones sedientos de luz; advierten a las naturalezas puras sobre lo que hay detrás de las cosas y los acontecimientos y dan a conocer los valores humanos universales a las almas puras.
Yo creo con firmeza que, del mismo modo que con el Corán se superaron los obstáculos intercontinentales y se establecieron el amor, el respeto y el diálogo de forma permanente, un nuevo espacio de encuentro ha sido o será delimitado en nuestros días con los esfuerzos de esta gente afortunada. El género humano solía honrar a nuestra nación, la de rostro sonriente y destino dichoso. ¿Y por qué esto mismo no ha de ser verdad en nuestros días? Un torrente de amor ha comenzado a desbordarse en casi todos los lugares que visitan los portadores de esta misión. Ya ha habido ráfagas de felicidad y alegría, una tras otra, que pueden sentirse por doquier. Y además: se están formando, tanto en la cercanía como en la distancia, islas de paz que podríamos calificar de fortalezas inexpugnables de armonía y estabilidad.
Y quién sabe si tal vez en un futuro cercano −y gracias a estos voluntarios que se entregan a la tarea de dejar que vivan los demás− la mente y el alma se abrazarán de nuevo una vez más; y la conciencia y la lógica se complementarán la una con la otra; y la física y la metafísica dejarán de combatirse para retirarse a sus reinos respectivos, donde cada cosa tendrá la oportunidad de manifestar la belleza inherente a su naturaleza a través de un lenguaje propio; y la complejidad de las normas legales y los principios de la creación serán descubiertos de nuevo, la gente lamentará haberse peleado sin motivo, se establecerá una atmósfera de paz en los mercados que antes no existía, en las escuelas y en los hogares, y se dejarán sentir brisas de felicidad, la castidad no será violada, la honestidad no será oprimida, los corazones respirarán respeto y aprecio, nadie envidiará a nadie −ya sean propiedades o reputación−, los poderosos tratarán a los débiles con justicia, los pobres y los desfavorecidos podrán vivir con humanidad, nadie será detenido por una mera sospecha, no se atacarán las moradas o los lugares de trabajo, no se derramará sangre ni los débiles tendrán que gritar, y todo el mundo adorará a Dios y amará al género humano. Ese entonces será el momento en el que este mundo, que es la antesala del Paraíso, se convertirá en un Edén donde la vida será fascinante.
[1] Seyyid Nigari: un célebre poeta de Azerbaiyán. Fue un representante importante de la poesía mística del siglo diecinueve.
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