Yihad
El sentido literal de yihad es ejercer nuestro mejor y más grande esfuerzo para conseguir algo. Esta palabra no es el equivalente de la palabra guerra, para la cual se usa qital en árabe. Yihad tiene una connotación mucho más amplia y abraza toda clase de esfuerzos para la causa de Dios. Un muyahid es aquel que está sinceramente dedicado a su causa; el que usa todos los recursos físicos, intelectuales y espirituales para servir a ésta; y el que se enfrenta a cualquier poder que está en su camino; y es el que muere por dicha causa cuando sea necesario. La yihad en el camino de Dios es nuestra lucha para ganar la complacencia de Dios, establecer la supremacía de Su religión y hacer prevalecer Su Palabra.
Un principio relacionado, promover lo correcto así como prohibir y tratar de prevenir el mal —amr bi al-maruf wa nahy an al-munkar—, procura transmitir el mensaje del Islam y establecer una comunidad islámica modelo. El Corán presenta a la comunidad islámica como una comunidad modelo requerida para informar a la humanidad sobre el Islam y de cómo el Profeta lo vivió; Y de este modo hemos hecho de vosotros una comunidad intermedia, para que deis testimonio de la gente (respecto a los caminos que siguen) y para que el (más noble) Mensajero dé testimonio de vosotros (2:143).
La yihad mayor y la yihad menor
Hay dos aspectos de la yihad. Uno es luchar para vencer los deseos carnales y las inclinaciones malignas —la yihad mayor—. El otro es alentar a los demás para que consigan el mismo objetivo —la yihad menor—.
En cierta ocasión el ejército musulmán regresaba a Medina después de haber derrotado al enemigo, y el Mensajero de Dios se dirigió a ellos: «Volvemos de la yihad menor a la mayor». Cuando los Compañeros preguntaron qué era la yihad mayor, él dijo que era luchar contra el yo carnal.[294]
El objetivo de la yihad es que el creyente se purifique de los pecados y por lo tanto, alcance la verdadera humanidad. Los Profetas fueron enviados para este propósito. Dios dice en el Corán:
Igualmente os hemos enviado un Mensajero de entre vosotros mismos, que os recita Nuestras Revelaciones, os purifica (de falsas creencias, faltas y todo tipo de impurezas), os instruye en el Libro y la Sabiduría y os instruye en lo que no sabéis (2:151).
Los seres humanos en algún sentido son como los minerales en bruto con los cuales los Profetas trabajan y los purifican y refinan quitando el sello de sus corazones y oídos, levantando los velos de sus ojos. Iluminada por el mensaje de los Profetas, la gente puede entender el sentido de las leyes de la naturaleza, que son los signos de la Existencia y la Unidad de Dios y pueden penetrar en la sutil realidad que se oculta detrás de las cosas y los acontecimientos. Sólo a través de la guía de los Profetas podemos lograr la elevada posición que Dios espera de nosotros. Además de la enseñanza de los signos, los Profetas también enseñaron a su gente el Libro y la Sabiduría. Como el Corán fue la última Revelación al Último Profeta, Dios se refiere al Corán cuando dice el Libro y a la Sunna cuando habla de la Sabiduría. Por eso, debemos seguir el Corán y la Sunna del Profeta si deseamos ser rectamente guiados.
El Profeta también nos enseña lo que no sabemos de modo que la humanidad siga aprendiendo del Profeta hasta el Día del Juicio Final. De él aprendemos cómo purificarnos de los pecados. Siguiendo su camino, muchos grandes santos han logrado su distinción como tales. Entre ellos, ‘Ali dice que su creencia en los pilares del Islam es tan firme que aun si el velo de Lo Oculto fuera levantado, su certeza no aumentaría.[295] Se dice que Abd al-Qadir al-Yilani llegó a comprender los misterios del séptimo cielo. Estos y muchos otros, como Fudayl bin Iyaz, Ibrahim bin Azam y Bishr Al-Jafi bien podrían haber sido dotados con el don de la Misión Profética, si Dios no hubiera puesto ya un sello sobre ésta.
Las oscuras nubes de la ignorancia han sido retiradas de nuestro horizonte intelectual mediante la guía del profeta Muhammad. A consecuencia de la luz que él trajo de Dios se realizarán muchos más avances en la ciencia y la tecnología.
Yihad es el legado de los Profetas y la Misión Profética es la misión de elevar a los hombres al favor de Dios purificándolos. Yihad es el nombre dado a esta misión profética, que tiene el mismo sentido que atestiguar a la verdad. De la misma manera que los jueces escuchan a los testigos para la resolución de un caso, así, aquellos que han realizado la yihad han dado testimonio de la Existencia y la Unidad de Dios mientras luchaban en Su camino. El Corán dice: Dios (Mismo) atestigua que en verdad no hay más deidad que Él, y lo mismo hacen los ángeles y los poseedores de conocimiento, siendo firmes manteniendo la verdad y la rectitud: (todos ellos testifican que) no hay más deidad que Él, el Glorioso poseedor de irresistible poder, el Omnisapiente (3:18). Aquellos que han realizado la yihad atestiguarán también la misma verdad en la corte celestial donde se resolverá el caso de los incrédulos.
Aquellos que atestiguan la Existencia y la Unidad de Dios predican esta verdad en los más remotos lugares del mundo. Este fue el deber de los Profetas señalado en el Corán y que de igual manera debería ser nuestra obligación:
Mensajeros (que han sido enviados como) portadores de buenas nuevas y de advertencias, para que la gente no tenga ningún argumento contra Dios después de los Mensajeros (que les han venido). Y Dios es Glorioso poseedor de irresistible poder, Omnisapiente. (Tanto si la gente cree como si no) Dios da fe de (la verdad) de lo que Él te ha hecho descender. Y lo ha hecho descender desde Su Conocimiento, basado en el mismo y junto al mismo. Y los ángeles también dan fe (de ello); aunque Dios basta como testigo (4:165-66).
Dios ha enviado un Profeta a cada comunidad, de modo que cada uno pueda tener una idea de la Misión Profética. Como el término solía describir la actividad de la Misión Profética, la yihad está profundamente grabada en el corazón de cada creyente de modo que él o ella sienta una responsabilidad profunda de predicar la verdad a fin de guiar a otros al Camino Recto.
La yihad menor, normalmente considerada como lucha por la causa de Dios, no se refiere sólo a la lucha militar. El término es amplio, ya que incluye cada acción realizada por Dios. Hablar o permanecer callado, sonreír o mostrar enfado, unirse a una reunión o dejarla, cada acción realizada para mejorar la humanidad, ya sea por los individuos o las comunidades, está incluida en este significado.
Mientras la yihad menor depende de la movilización de todos los medios materiales y está realizada en el mundo externo, la yihad mayor encarna la lucha de una persona frente a su alma carnal. Estas dos formas de la yihad no se pueden separar una de la otra.
El Mensajero de Dios nos ha enseñado cómo realizar ambas formas de la yihad. Ha establecido los principios para predicar la verdad que tendrán aplicación hasta el Día del Juicio Final. Cuando examinamos el modo en que él actuó, vemos que él fue muy metódico. Y esto es realmente otra prueba de su Misión Profética y un ejemplo maravilloso para seguir el camino de Dios a través del comportamiento.
Los creyentes han mantenido su creencia vigorosa y activa por medio de la yihad. Tal como un árbol mantiene sus hojas mientras maduran sus frutas, así los creyentes pueden conservar su vigor cuando realizan la yihad. Siempre que os encuentréis con un pesimista desesperado, pronto os daréis cuenta de que él o ella es el que ha abandonado la yihad. Esa gente ha sido privada del espíritu, y están hundidas en el pesimismo porque han dejado de predicar la verdad. Cualquiera que realice la yihad incesantemente no pierde su entusiasmo y siempre trata de ampliar el horizonte de sus actividades. Cada buena acción resulta en una nueva, de modo que los creyentes nunca se hagan pobres de bondad: Aquellos (por otra parte) que se esfuerzan con tesón en pos Nuestro, los dirigiremos sin duda a Nuestros caminos (que hemos establecido para conducirlos a la salvación). No cabe duda de que Dios se halla con aquellos dedicados a obrar el bien, conscientes de que Dios los está contemplando (29:69).
Hay tantos caminos que conducen al Camino Recto como el número de alientos respirados por cada criatura individual. Cualquiera que luche por Su causa es guiado por Dios a uno de estos caminos y está a salvo de la perdición. Aquel que es dirigido a Su Camino Recto por Dios vive una vida equilibrada. Ellos no sobrepasan los límites en sus necesidades humanas y actividades, como tampoco en su veneración y otras prácticas religiosas. Tal equilibrio es el signo de la orientación verdadera.
Todos los sacrificios hechos en los enfrentamientos contra los incrédulos opresivos, sin importar cuán grande sean estos sacrificios, sólo constituyen la yihad menor de los esfuerzos para cumplir las obligaciones religiosas tan perfectamente como nos sea posible. La yihad mayor es mucho más difícil de llevar a cabo, ya que requiere que luchemos contra nuestros propios instintos e impulsos destructivos, como la arrogancia, el carácter vengativo, la envidia, el egoísmo, la vanidad y los deseos carnales.
Aunque la persona que abandona la yihad menor es propensa a un empeoramiento espiritual, se puede recuperar. Todo en el Universo elogia y glorifica a Dios con cada aliento y es en consecuencia, un signo de la Existencia y la Unidad de Dios. Una persona puede ser orientada al Camino Recto por uno de estos signos. Por esta razón, se dice que hay tantos caminos que conducen al Camino Recto de Dios como los alientos de todas Sus criaturas. Una persona que se aleja de la yihad menor es vulnerable a las debilidades mundanas. El orgullo, el amor por la comodidad y las facilidades puede atrapar a aquella persona. Así el Profeta, regresando a Medina después de una victoria, nos advirtió a través de sus Compañeros diciendo: «Volvemos de la yihad menor a la mayor». Los Compañeros fueron muy valientes en los campos de batalla y tan sinceros y humildes como los derviches que rezan ante Dios. Aquellos guerreros victoriosos solían pasar la mayor parte de sus noches orando a Dios. Una vez, cuando la noche caía durante la batalla, dos de ellos se turnaron la guardia. Uno de ellos descansaba mientras el otro rezaba. Siendo conscientes de la situación, los enemigos dispararon una lluvia de flechas y el que rezaba fue alcanzado y sangró profusamente, pero no abandonó su rezo. Cuando terminó sus oraciones, despertó a su amigo y éste le preguntó con asombro que por qué no lo había despertado antes. Entonces él contestó: «Recitaba la Sura al-Kahf, y no deseé que se interrumpiera el estado de placer profundo en el que me encontraba».[296]
Los Compañeros entraban en un estado de éxtasis como un trance cuando rezaban y podían recitar el Corán como si se estuviera revelando directamente a ellos. Por eso, no sentían el dolor de las flechas que penetraban en sus cuerpos. La yihad, en su aspecto mayor y menor encontró una expresión completa en ellos.
El Profeta combinó estos dos aspectos de yihad —la menor y la mayor— del modo más perfecto en su propia persona. Él mostró un enorme coraje en los campos de batalla. ‘Ali, una de las figuras más valientes del Islam, confiesa que los Compañeros se refugiaron detrás del Profeta en los momentos más críticos de los enfrentamientos. Para dar un ejemplo, cuando el ejército musulmán sufrió un revés y comenzó a dispersarse en la primera fase de la Batalla de Hunayn, el Profeta impulsó a su caballo hacia las líneas enemigas y gritó a sus soldados que se retiraban: «Soy un Profeta. ¡Esto no es una mentira! Soy el nieto de Abdulmuttalib. ¡Tampoco es una mentira!»[297]
Las etapas de la yihad y sus principios generales
La primera Revelación al Mensajero fue la orden: ¡Lee! Esta orden, que vino justo cuando no había nada disponible para leer, significaba que los creyentes deberían usar sus facultades intelectuales y espirituales para discernir los actos de Dios en el Universo y Sus leyes relacionadas con su creación y su funcionamiento. A través de este discernimiento, los creyentes procuran purificarse a sí mismos y sus mentes de todas las supersticiones basadas en la ignorancia y adquieren así el conocimiento verdadero mediante la observación y la contemplación.
Nosotros no estamos compuestos sólo de nuestras mentes. Dios nos ha dotado con muchas facultades y cada una de ellas necesita ser satisfecha. Mientras están alimentando nuestras mentes con los signos Divinos en el Universo, procuramos limpiar nuestros corazones del pecado. Vivimos una vida equilibrada conscientes de la supervisión Divina y continuamente buscamos Su perdón. De esta manera, finalmente vencemos nuestro deseo por las cosas prohibidas y a través de la oración, pedimos a Dios que nos sea posible hacer buenas acciones.
Así ¡Lee! significa acción. Para el Mensajero, que ya era absolutamente puro en espíritu y carente de superstición, esto significó que era el momento para comenzar su misión como Mensajero de Dios. Él debía recitar la Revelación en público y enseñar a la gente Sus signos. Haciendo eso, purificaba sus mentes de las supersticiones adoptadas en la Edad de la Ignorancia, al mismo tiempo que purificaba sus corazones del pecado. Él los iluminaba tanto intelectual como espiritualmente, instruyéndolos en el Libro Revelado de Dios —el Corán— y Su Libro Creado —el Universo—:
Igualmente os hemos enviado un Mensajero de entre vosotros mismos, que os recita Nuestras Revelaciones, os purifica (de falsas creencias, faltas y todo tipo de impurezas), os instruye en el Libro y la Sabiduría y os instruye en lo que no sabéis (2:151).
Después de recibir esta primera revelación, el Mensajero volvió a casa con gran agitación. Dormía abrigado en una capa, envuelto por los sufrimientos de su gente y por la pesada responsabilidad, cuando Dios le ordenó:
¡Oh tú envuelto en el manto (bajo la pesada responsabilidad de la Misión Profética)! Levántate para velar durante la noche, salvo un poco, la mitad de la noche, o disminúyela un poco; O añádela (un poco); reza y recita el Corán con calma y de manera clara (con tu mente y corazón concentrados en ello). Sin duda te encargaremos una Palabra de gran peso (y para aplicarla en tu vida diaria y transmitirla a los demás) (73:1-5).
El corto período entre la primera revelación y la divulgación del Islam, marcado por versículos tales como los mencionados anteriormente, fue una etapa preliminar para el Mensajero. Tuvo que prepararse para transmitir el Corán pasando varias noches de larga vigilia y recitando el Corán —con mesura—.[298]
Además de la transmisión del Mensaje, yihad, como es mencionado anteriormente, implica para los creyentes continuas luchas contra el yo carnal con el fin de formar un carácter espiritual genuino, uno desbordado con fe e inflamado con amor. Estas dos dimensiones de yihad continúan hasta que el creyente muera —esfera individual— y hasta el Día del Juicio Final —esfera colectiva—. Por lo tanto, poco después de que este versículo fuera revelado, el Mensajero recibió la siguiente revelación:
¡Oh tú el envuelto en la capa (quien ha preferido la soledad)! ¡Levántate y advierte! ¡Y declara la grandeza (indescriptible e incomparable) de tu Señor! ¡Y mantén tu vestimenta limpia! ¡Aléjate de toda impureza! No consideres tu cumplimiento de estas órdenes como una bondad (hacia Dios y la gente). Y por tu Señor sé paciente (al cumplir con tu deber hacia Dios y la gente) (74:1-7).
Estas revelaciones ordenaron al Profeta comenzar a predicar el Islam. Primero comenzó con los miembros de su familia y los parientes más cercanos y después de esto le fue revelado: Y (Oh Mensajero) advierte a tus parientes más cercanos (26:214), entonces él divulgó esta llamada a toda su tribu. En su inmediata predicación en público, se encontró con burla, amenazas, tortura, boicot, además de que le propusieron sobornos para que desistiera en su empeño.
En La Meca, el Mensajero nunca recurrió a la venganza. El Islam no vino para causar problemas ni disensiones, sino, en palabras de Amir ibn Rabi‘, vino para sacar a la gente de la oscura incredulidad a la luz de la creencia, liberarlos de servir a algo que no es Dios de modo que ellos puedan servir a un Dios Verdadero, y elevarlos de las profundidades de la Tierra a las alturas del Cielo.[299]
Como el Islam literalmente significa «paz, salvación, y sumisión», obviamente vino para establecer la paz. Esto primero se establece en nuestras esferas interiores, de modo que estemos en paz con Dios y con el entorno natural y a continuación a lo largo de todo el mundo y el Universo. Paz y orden son fundamentales en el Islam, que procura extenderse en una atmósfera pacífica personal y colectiva. Este se abstiene de recurrir a la fuerza tanto como les sea posible, nunca aprueba la injusticia y prohíbe el derramamiento de sangre:
Quien mate a un alma, a no ser que sea (como castigo legal) por asesinato o por causar desorden y corrupción en la Tierra será como si hubiese matado a toda la humanidad. Y aquel que salve una vida será como si le hubiese salvado la vida a toda la humanidad (5:32).
Viniendo para erradicar la injusticia y la corrupción y «unificar» la Tierra con el Cielo en paz y armonía, el Islam llama a la gente con sabiduría y buena exhortación. Éste no recurre a la fuerza hasta que los defensores de un corrompido orden, los cuales tienen sus raíces en la injusticia, la opresión, el interés propio, la explotación y usurpación de los derechos de los demás, procuren evitar su predicación mediante modos pacíficos y suprimirla. De este modo, sólo se permitiría la fuerza en los casos siguientes:
Si los incrédulos, los politeístas o los que causan problemas y corrupción activamente se oponen a la predicación del Islam e impiden a otros escuchar su mensaje. Ya que es una Religión Divina que procura asegurar el bienestar y la felicidad de los humanos en ambos mundos. Si no se permite esto, teóricamente, se dan tres alternativas a sus oponentes: aceptar el Islam, permitir su predicación mediante modos pacíficos o admitir su gobierno. En el caso de que ellos rechacen estas alternativas, se permite usar la fuerza.
Sin embargo, hay un punto importante que cabe mencionar. Para poder aplicar la fuerza, debe haber un estado islámico que fue permitido sólo después de que el Profeta emigró a Medina y estableció un estado independiente, ya que los musulmanes habían sido perjudicados. Los versículos revelados que dan este permiso explican la visión islámica sobre la guerra justa:
A los creyentes contra los cuales se hace la guerra se les ha dado permiso para que luchen en respuesta por haber sido tratados injustamente. Sin duda, Dios tiene poder absoluto para ayudarles hacia la victoria. Aquellos que han sido expulsados de sus hogares contra todo derecho, por ninguna otra razón más que por decir «Nuestro Señor es Dios». Si no fuese porque Dios repele alguna gente por medio de otras, los monasterios, iglesias, sinagogas y mezquitas, donde Dios es regularmente venerado y Su Nombre es en gran medida mencionado, habrían sido demolidos (con el resultado de que Dios ya no sería venerado y la Tierra se haría inhabitable). Sin duda alguna Dios ayuda a todo aquel que ayuda a Su causa. Sin duda, Dios es Fuerte, Glorioso poseedor de irresistible poder. Son los creyentes quienes, si les damos autoridad en la Tierra, sin duda alguna establecen la Oración según sus condiciones, pagan completamente la Limosna Prescrita Purificadora, ordenan y promueven lo correcto así como prohíben y tratan de prevenir el mal. Con Dios se dan los resultados de todos los asuntos (22:39-41).
Se entiende claramente de estos versículos y de la historia que el Islam recurre a la fuerza tan sólo para defenderse y establecer la libertad de creencia. Bajo el gobierno musulmán, los cristianos, los judíos, los zoroástricos, los hindúes y los seguidores de otras religiones son libres de practicar su religión. Incluso muchos historiadores y escritores occidentales han estado de acuerdo en afirmar que los cristianos y los judíos experimentaron el período más próspero y feliz de su historia bajo el gobierno musulmán.
El Islam, que es la religión verdadera revelada por Dios, nunca aprueba la injusticia. Como está declarado en el versículo siguiente: Hemos (registrado en la Tabla Suprema Preservada y a continuación hemos) registrado en los Salmos, después de la Tora que Mis siervos rectos heredarán la Tierra (21:105), los rectos siervos de Dios deben someter la Tierra a Su gobierno, que depende de la justicia absoluta y la devoción a Dios Único. Les obligan también a esforzarse hasta que la persecución, así como cualquier veneración y obediencia a las falsas deidades y los tiranos injustos, se termine. Así los musulmanes deben luchar por los desvalidos y oprimidos:
¿Por qué, entonces, no lucháis en la causa de Dios y de los hombres, mujeres y niños oprimidos y desvalidos que claman: «¡Oh Señor! ¡Sácanos de esta tierra cuya gente es opresora, designa para nosotros desde Tu Presencia un protector y designa para nosotros desde Tu Presencia un auxiliador!»? (4:75).
Algunas normas
Ya que los creyentes no pueden transgredir los límites de Dios, deben observar Sus reglas relacionadas con la lucha. Unas son deducidas directamente del Corán y de la Sunna, y son las siguientes:
Los creyentes son aquellos de quienes Dios ha comprado sus personas y sus riquezas porque el Paraíso es para ellos (9:111). Ellos se dedican solamente a Su causa y buscan sólo Su complacencia. Por lo tanto quienes luchan por otras causas (fama, riqueza, consideraciones raciales o ideológicas) son excluidos de la complacencia de Dios.
Combatid en la causa de Dios (con el fin de ensalzar Su Nombre) contra los que combatan contra vosotros, pero no excedáis los límites (fijados por Dios), pues, cierto es que Dios no ama a los que exceden los límites (2:190). Los creyentes no deben luchar contra los grupos neutrales y deben rechazar a su vez métodos poco escrupulosos o matanzas indiscriminadas y pillajes que caracterizan todas las guerras emprendidas por los no musulmanes. Los excesos aludidos consisten en luchar contra mujeres y niños, viejos y heridos, mutilar los cadáveres enemigos, destruir los campos y los ganados y otros actos de injusticia y brutalidad. La fuerza debe ser usada sólo cuando es inevitable y estrictamente necesario.
Cuando los enfrentamientos no pueden ser evitados, el Corán dice a los creyentes que no lo eviten. Ellos deben prepararse, tanto moral como espiritualmente y tomar medidas de precaución que son las siguientes:
– Esforzarse por alcanzar este grado espiritual en el que veinte musulmanes vencen a doscientos enemigos:
¡Oh (Ilustrísimo) Profeta! Anima a los creyentes a que luchen. Si hay veinte de vosotros que son firmes, vencerán a doscientos. Y si hay de vosotros cien, vencerán a mil incrédulos, ya que (los incrédulos) son gente que no reflexiona ni busca penetrar la esencia de los asuntos para alcanzar la verdad (8:65).
Pero los que tenían certeza en el encuentro con Dios y sentían como si siempre estuviesen en Su presencia dijeron: «¡Cuántos ejércitos pequeños han vencido a numerosos ejércitos con la venia de Dios!». Dios se encuentra con los pacientes y perseverantes (2:249).
Para alcanzar este rango, los musulmanes deben tener una creencia firme y confiar en Dios y evitar todos los pecados tanto como les sea posible. La creencia y la piedad o la rectitud son dos armas irrompibles, dos fuentes de inagotable poder: No desfallezcáis ni os apenéis, pues, porque seréis siempre superiores si sois (verdaderos) creyentes (3:139), y El resultado (final y feliz) está a favor de los piadosos devotos (7:128).
– Además de la fuerza moral, los creyentes deben equiparse con las últimas tecnologías. La fuerza es vital para la obtención del resultado deseado, por lo que los creyentes no pueden ignorarla. Más bien, ellos deben avanzar en ciencia y tecnología más que los incrédulos de modo que éstos no puedan usar su superioridad para su propio beneficio egoísta. Como el Islam establece que «la razón es poder», los creyentes deben ser capaces de impedir a los incrédulos y los opresores mostrar que «el poder da la razón»:
(Oh creyentes:) Preparad contra ellos todas las fuerzas y caballos destinados (para la guerra), para que así podáis desanimar a los enemigos de Dios y a vuestros enemigos así como a otros aparte de ellos, los cuales (además de la naturaleza de su enemistad) no conocéis. Dios los conoce (y conoce la naturaleza de su enemistad). Lo que gastéis en la causa de Dios, se os pagará con creces y no sufriréis ninguna injusticia (8:60).
Un estado islámico debería ser bastante poderoso para disuadir los ataques de incrédulos y opresores, así como sus proyectos de sujetar a la gente más débil. Debería ser capaz de asegurar la paz y la justicia, e impedir a cualquier otro poder causar el más mínimo problema o promover la corrupción. Esto será posible cuando los musulmanes se equipen con una creencia firme y con honradez además de con el conocimiento científico y la tecnología más avanzada. Deben combinar la ciencia y la tecnología con la fe y una moral correcta, para luego usar esta fuerza por el bien de la humanidad.
La creencia en Dios requiere servir a la gente. Una creencia mayor significa una preocupación mayor por el bienestar de los creados. Cuando los musulmanes alcanzan este nivel, Dios nunca permitirá a los incrédulos encontrar un camino (de triunfo) sobre los (verdaderos) creyentes (4:141). De otro modo sucederá lo que predijo el Profeta: «(Las fuerzas de la incredulidad) se unirán para lanzar un ataque coordinado sobre vosotros. Arrebatarán el bocado de vuestras bocas y harán pillaje de vuestra mesa».[3003]
– Cuando el enfrentamiento es necesario, los musulmanes deben presentarse al servicio, porque:
¡Oh vosotros que creéis! ¿Qué excusa tenéis que cuando se os dice: «¡Movilizaros (para la campaña de Tabuk) en la causa de Dios!», os asís firmemente a la Tierra? ¿Os complace más la vida presente y mundana que el Más Allá? El disfrute de la vida de este mundo es poca cosa en comparación con el Más Allá. Si no os movilizáis (tal y como os ha sido ordenado) os castigará gravemente y os reemplazará por otro pueblo, y no vais a perjudicar a Dios en nada. Dios posee pleno poder sobre todas la cosas (9:38-39).
Dios sin duda ama a los que luchan en Su causa en filas como si fuera una estructura firme y sólida (61:4).
¡Oh vosotros que creéis! ¿Queréis que os dirija hacia un negocio (un trato) que os salvará de un castigo doloroso? Que creáis en Dios y Su Mensajero, y os esforcéis en la causa de Dios con vuestra riqueza y personas. Esto es lo mejor para vosotros, si al menos lo supieseis. Para que Él pueda perdonaros vuestros pecados y admitiros en los Jardines a través de los cuales discurren ríos, y dentro de las moradas preciosas en los Jardines de dicha perpetúa. Ese es el triunfo supremo. Y todavía otra (bendición) que amáis: la ayuda de Dios y una victoria cercana que pronto llegará (que conducirá a futuras victorias). Da buenas nuevas a los creyentes (61:10-13).
– Una comunidad está estructurada y funciona como un cuerpo, ya que eso exige una «cabeza» que tenga «intelecto». Por lo tanto, la obediencia a la cabeza es vital para la prosperidad de la comunidad. Cuando el Mensajero se alzó en Arabia, la gente se parecía a las cuentas dispersadas de un rosario roto y no era consciente de la necesidad de la obediencia y las ventajas de la vida colectiva. El Mensajero inculcó en ellos el sentimiento de obediencia a Dios, Su Mensajero y sus superiores, y empleó el Islam como una cuerda irrompible para unirlos:
¡Oh vosotros que creéis! Obedeced a Dios, obedeced al Mensajero y a aquellos de vosotros que son investidos de autoridad. Y si reñís sobre algo, remitidlo a Dios y al Mensajero, si de hecho creéis en Dios y en el Día del Juicio Final. Esto es lo mejor (para vosotros) y lo más justo al final (4:59).
¡Oh vosotros que creéis! Cuando os enfrentéis a un ejército en el campo de batalla, permaneced firmes y mencionad mucho a Dios para que así podáis triunfar. Y obedeced a Dios y a Su Mensajero y no discutáis entre vosotros porque entonces os desanimaríais y vuestra energía y poder os abandonarán; y manteneos firmes. Con toda certeza, Dios se encuentra con los que se mantienen firmes (8:45-46).
La conciencia de obediencia de los Compañeros hizo posibles muchas cosas que previamente se veían imposibles. Por ejemplo, cuando el Profeta designó al hijo de 18 años de su esclavo (de color) emancipado como comandante de un ejército que tenía entre sus filas a muchos individuos respetados, entre ellos Abu Bakr, ‘Umar y ‘Uzman, ningún Compañero se opuso.[301] En otro ejemplo, durante una expedición militar el comandante ordenó a sus soldados lanzarse al fuego. A pesar de que eso no fuera una orden islámica, unos trataron de obedecerlo. Sin embargo, los otros les impidieron suicidarse y los persuadieron a que preguntaran al Mensajero si ellos tenían que obedecer tales órdenes no islámicas[302]. Aunque es ilícito obedecer las órdenes pecadoras, la obediencia a la ley es sumamente importante para la vida colectiva de una comunidad, especialmente si se quiere ganar una guerra.
– Los creyentes deben ser firmes y no abandonar el campo de batalla:
¡Oh vosotros que creéis! Cuando os encontréis en la batalla con los que no creen no les deis la espalda huyendo. Ya que quien les dé la espalda el día de tal combate, a no ser que sea para llevar a cabo una maniobra táctica para volver a luchar o para unirse a otra tropa de creyentes (o tomando posiciones contra otro ataque enemigo) habrá incurrido sin duda en la condena de Dios y su refugio final será el Fuego. ¡Cuán funesto destino de llegada! (8:15-16).
Abandonar el campo de batalla es uno de los siete pecados más grandes, porque causa un desorden en las filas y desmoraliza a los demás. Su creencia en Dios y en el Más Allá no pueden ser firmes, porque sus acciones demuestran que ellos prefieren esta vida al Más Allá. Los creyentes pueden abandonar el campo de batalla maniobrando tácticamente o uniéndose a otras tropas.
En la Batalla de Yarmuk (636 d.C.), lucharon veinticuatro mil valientes musulmanes y derrotaron a doscientos mil bizantinos.[303] Qabbas ibn Ashyam, uno de los héroes, se dio cuenta de que había perdido una pierna (al mediodía) después de desmontarse de su caballo horas más tarde. Después su nieto se presentó al califa ‘Umar ibn Abd al-Aziz diciendo: «¡Oh Califa, yo soy el nieto de aquel que perdió su pierna al mediodía y se dio cuenta de ello hacia la noche!».
Durante la Batalla de Mu’ta (629 d.C.), el ejército musulmán se componía de tres mil soldados; mientras que las fuerzas bizantinas tenían unos cien mil soldados. Los musulmanes lucharon heroicamente y los dos ejércitos se batieron en retirada al mismo tiempo. Aún así, los musulmanes se consideraron huidos del campo de batalla y les daba vergüenza ver al Profeta. Sin embargo, él les dio la bienvenida y los consoló: «Vosotros no huisteis; os retirasteis para uniros a mí. Después de armaros de valor vais a luchar de nuevo contra ellos».[304] Y sucedió exactamente lo que él había dicho, porque justo antes de su muerte en el año 632 el ejército musulmán invadió el sur de Siria; y cuatro años más tarde, los musulmanes les dieron un golpe mortal a los bizantinos en Yarmuk.
[294] Ajluni, Kashf al-Jafa, 1:424.
[295] Imam Rabbani, Ahmad Faruq al-Sarhandi, Maktubat, 1:57.
[296] Ibn Hanbal, Musnad, 3:344; 359.
[297] Bujari, «Yihad», 52, 61, 67.
[298] Como es conocido, las vigilias de noche son tiempos cuando la impresión es más intensa y la recitación más penetrante.
[299] El enviado musulmán que visitó al comandante persa durante la guerra de Qadisiya. Esto aconteció en 637 (d.C.), durante el califato de ‘Umar.
[300] Abu Dawud, «Malahim» 5; Ibn Hanbal, 5:278.
[301] Muslim, «Fada’il al-Sahaba», 63; Ibn Kazir, Al-Bidaya, 6:336.
[302] Muslim, «Imara», 39; Ibn Maya, «Yihad», 40.
[303] Esta batalla tuvo lugar durante el califato de Abu Bakr.
[304] Abu Dawud, «Yihad» 96; Tirmizi, «Yihad» 36; Ibn Hanbal, 2:70,86.
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